Rajoy no es genial
Ese sonsonete entre paternalista y socarrón, el de los gallitos del corral matritense a cuenta del investido, a mí me trae a la memoria al Pla de las crónicas parlamentarias. Por lo visto, recién instaurada aquella República que se diría de trabajadores, una personalidad mayor de Cataluña –acaso Francesc Macià– fue convidada a un almuerzo en el 10 de Downing Street con un mister Baldwin, cuando entonces jefe del Gobierno de Su Majestad. Condumio que resultaría de lo más decepcionante para nuestro compatriota. Al punto de que, nada más terminado el encuentro, hizo partícipe al de Palafrugell de que el tal mister resultó ser un verdadero simple.
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Se comprende pues que, una vez de vuelta a casa, el español respondiera de la siguiente guisa a la pregunta sobre la impresión general que le había causado aquel mister Baldwin: "¿Qué quiere que le diga? No me ha parecido genial en ningún momento...". Es sabido, aquí, desde Fernando VII, que hizo ministro a un aguador, lo que más gusta es que los gobernantes resulten geniales. Por algo los vendedores de mantas y los traficantes de humo siempre han gozado de tanto predicamento popular en la alta política doméstica. Y de aquellos genios, estos lodos. En España, lo que se espera de los estadistas es que hagan el salto de la rana como El Cordobés. De ahí que Rajoy, tan dado el hombre a tediosas nimiedades como las del erario o la intendencia, ya les sepa a poco. El presidente, qué le vamos a hacer, no es genial. Gracias a Dios.
José García Domínguez/Libertad Digital
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