Gerardo Diego es una errata humana de expresión y calidad extraordinarias. “Dios no puede equivocarse”, pero pudo crear la errata Gerardo. Conformado el hombre Gerardo, hecho de un barro ingrávido, con algo ya de celestial, sopló el Señor, como siempre, y ahí quedó el poeta, hecho y derecho, erguido y pimpante, con su pasmo y su silencio, por más que Dios pensara hacerle movedizo y hablador. Y él enmendó la plana al Hacedor, como esforzándose por salir de su soledad, o más bien por comunicar esa soledad a los demás. Y de ahí salió su profesión de poeta; sus trabajos y sus días, sus largos silencios no son otra cosa que actividad vital interiorizada; no otra cosa que acendrada labor de su imaginación, sé su fantasía, que no se detenían entre los otros. Pero el silencioso “no perdía ripio”, como un día nos dijo de él Manolito “El Pollero”, por si no nos habíamos dado cuenta. Lo que ocurría es que él, tan educado y correcto, no podía permitirse salir de su impavidez, por más que el conservador de turno buscara en los ojos del maestro un parpadeo de aquiescencia estimulante. Y ¡ay del que se atreviera a inquietarle más directamente!: “¿No le parece a usted, Gerardo…? A Gerardo le parecía o no le parecía, pero el agua tersa de su mirada, el lago observante y observado no se inmutaba por la atrevida piedra tirada contra la limpísima superficie, aunque cayera hasta el fondo más vulnerable y atento del poeta. Y entonces, acaso, llegaba ese parpadeo proverbial.”
La actividad mental, y anímica, y cordial de este estático excelso ha sido como una errata que puede equivocarnos. Nada de muelle comodidad, sino tabla de faquir con clavos e inquietudes soportados, encubiertos. Qué gran errata humana, y hasta oficial, cuando un día nos dijo que le iban a dar o ya le habían dado la medalla del Trabajo: “¡A mí, que no he hecho nunca nada!”
Aunque no fuera verdad. Y ¡qué maravillosa errata!, y es él quien escribe: “La errata nuestra, de ustedes y mía, es anunciar una imposición de Doctor Honoris Causa cuando la no errata, la fija es Doctor Amoris Causa. Apenas si sé lo que significa ni jamás presencié en hombros ajenos semejante ceremonia.” Niño siempre –ha sido otra errata la de hacerle creer-, con ese quiriqui ancestral que aparece en su coronilla cuando se quita el sombrero, con ese aseo para doblar la bufanda, de pie, ceremonioso consigo mismo, ante la silla en la que va a sentarse. “¡Cuidado, no la pierdas, o no te la quite otro niño en el colegio!”, parece que le han dicho al salir de casa.
José García Nieto
ABC,26/2/1987
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