A cuento de infiltrarnos en banquetes que no son nuestros, López Uralde pasó por el maco de Amsterdam. Bien es cierto que los banquetes futboleros gustan de infiltrados, que en su parte más comercial, son exigencias del autobombo. El Clásico era pues el banquete de todos los tiempos. Uno, que fue atlético antes que fraile, no dejaba de sacar parecidos dolosos con el derby de Madrid en un par de mensajes cruzados con Alex Briega: al Madrid le terminan por ser una losa los clásicos. Con todo y con eso, nos invitamos al banquete y al baile, por temor a ser el niño con gafas y aparato de las comedias americanas que se embriaga de ponche tipo Hacendado y quedar fuera de las discusiones del domingo, que tras estos partidos, incluye en su glosario términos redundantes como Mourinho, Mundo Deportivo, Tito Vilanova o Messi.
Ganó el Barça, como ya sabrán. Empieza a ser el efecto losa del clásico un término recogido en los términos forales como derecho consuetudinario. Basado en la costumbre, vaya. Y eso que preveíamos un partido más igualado que lo que venía siendo tradición. Nada de nada. Es cierto que el equilibrio mediático elevado al estatus quo de verdad suprema ponía la balanza en 0. Hablemos de equipos. El del Madrid no es, ni de lejos, la mejor plantilla que haya pasado por Chamartín y no pondré ejemplos por no echar sal en la herida. Sin embargo el Barcelona pasa por una época gloriosa, con una plantilla comparable –ahora si- a la del Dream Team.
Todo sea dicho que el partido hubiera cambiado mucho de haber recibido Messi la segunda amarilla, cortando un contraataque, tras recibir la primera por hacer lo segundo que mejor hace tras jugar al fútbol: el gilipollas. Fernández Borbalán decidió que no y, si Mourinho dijo que el árbitro lo habría visto mejor en rueda de prensa ¿le van a llevar ustedes la contraria al portugués? Le acusarán de cobarde tras una táctica fallida, con cinco defensas y sin Kaká, aunque la primera crítica, autocrítica, reside en el hecho de no quitar a Ronaldo cuando Ronaldo no está, que suele coincidir con estos días. Tenemos derecho a decirlo y criticarlo y Mou se guarda el as en la manga de sacarle. Sucede este hecho por el carácter tuitivo del portugués delantero al portugués entrenador. Le pertenece, es su iconografía latente, repeinada, cara, guapa y rica. Y por lo tanto le alinea. El carácter tuitivo forma parte de un organigrama superior en el entorno del Club blanco y hasta ahora no conocido en el Bernabéu: el Madrid le pertenece de pe a pa.
Por eso expulsó a Valdano. Por eso las ruedas de prensa antes de los partidos las ofrece Aitor Karanka, tras darse cuenta que calentar la comida en exceso no le evita de atragantarse. Por eso promete títulos. Por eso hace y deshace. Por eso le dice a la grada que anime. Por eso pidió a Altintop y ahora es su chófer. Por eso ofreció una rueda de prensa de la que no salió airoso, pero tampoco culpable. Por eso le queda, aún, el colchón de muelles que supone la visita a Nervión para situarse otra vez por encima del Barça. Por eso le tienta su selección. Y por eso seguirá alineando a Ronaldo.
Total que hoy el mundo vuelve a girar en su estado natural: España desgobernada y el Barça líder. Volvemos a la teoría de las dos Españas, la madridista y la otra. O la barcelonista y la otra, que implica el término perfecto definible de antonimia: complementariedad, antonimia propiamente dicha y reciprocidad. De odio, se entiende.
Darío Novo
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