Los grandes colonizadores, como Rhodes, o Clive de la India, sabían muy bien los peligros que podría traernos el permitirle a las colonias el acceso a la cultura. Los administradores coloniales franceses del siglo pasado, tan delicadamente tratados por Celine en su “Voyage au but de la nuit”, disuadían contundentemente al nativo que quería aprender a leer , u otras gollerías por el estilo, y las madres españolas de hace cincuenta o quinientos años practicaban la mismas espartana dieta cultural, permitiéndole a sus hijas sólo lecturas de vidas de santos.
Con esos ardides se hacían más difíciles las empresas coloniales en España, sobre las que Wenceslao Fernández Flórez escribió el tratado “Relato inmoral”. Para llevar a buen término una de esas empresas, con frecuencia habría que doblar en Cabo de las Tormentas, o remontar el Código Penal hasta sus fuentes, o vadear grandes lagos teológicos.
La descolonización de Encarnita nos vino, pues, por la vía cultural (cualquiera lo diría, con lo que se lee en este país), y ahora ahí tenemos a nuestras feministas planteando reivindicaciones maximalistas y, como han dicho, nada de moldes o recetas contra su comportamiento sexual, bajo el lema: “¿Relaciones sexuales? Todas.¿Fantasías? Todas.”
Pero, ¿qué fantasías? Había un oriental en “Belles de nuit” que llevaba dentro de una cajita un invisible insecto que agitaba velozmente sus élitros ¿Se referían a esa clase de fantasías?
Las Jornadas tuvieron su broche de oro, proclamando una nueva y fascinante libertad, así enunciada solemnemente: “Cada uno es libre de excitarse con lo que quiera.” Libertad de excitación. Una gran conquista para una sociedad higienista que nos está prohibiendo toda clase de excitantes, como el tabaco, el café, el alcohol y el “porro”.
El cuerpo colonizado de la mujer española apenas se permitía otro excitante que no fuese el de calcetar una bufanda. Con una fantasía así no se podría escribir el “Kamasutra”, y ni siquiera “Memorias de un vagón de ferrocarril”, según ediciones del “Colonial Office”. Es verdad que hay otros excitantes, como la violación, el terrorismo, la televisión, la política, debería despacharse sólo con receta médica. Nos estamos internando, pues, en un nuevo y vasto territorio, posiblemente lleno de sorpresas y de estreñimientos.
A nosotros, los hombres, los viejos depredadores y colonizadores de Encarnita, nos queda sólo la melancolía de los grandes crepúsculos de la Historia, cuando parece ser que se ha extinguido nuestra capacidad de excitación del descolonizado cuerpo de la mujer, incapaces de competir, en ese terreno, con la fantasía feminista liberada de la calceta, y con las técnicas refinadísimas de la moderna sexología.
Manuel Blanco Tobio
ABC,23/6/1983
0 comentarios:
Publicar un comentario