Colonizar, o poseer un cuerpo, estaba mal visto en España, cuando no se hacía en nombre de los Reyes Católicos, pero en cambio hizo escribir muchas páginas a Eduardo Zamacois, Pedro Mata y Felipe Trigo. Cuando furtivamente leíamos esas empresas coloniales, la palabra “posesión” nunca se refería a una isla desierta en un mar lejano, sino a Encarnita, o Purita, o Josefa.
Ahora bien, ¿para qué quiere la mujer que su cuerpo sea descolonizado? Es una pregunta idiota, caballeros. Lo quiere para que no lo exploten, que para eso estaban las colonias, para explotar sus yacimientos y sus palpables riquezas naturales, preferentemente de noche, cuando los niños dormían. Y también para que no las exploren. Bien sabido es que el hombre es un gran explorador (Amundsen, Nobile, Casanova, etc.). Explorar una colonia siempre ha sido uno de los mayores atractivos del explorador.
Es verdad que los colonizadores siempre se han preocupado poco por hacer que la colonia se sintiese feliz por serlo, y de ahí otras reclamaciones puestas sobre el tapete por las Jornadas Feministas sobre Sexualidad, relativas, por ejemplo, a la frigidez, que, según algunas jornadistas, puede surgir en cualquier etapa de la vida, “como al estreñimiento”, o la incapacidad orgánica, que puede ser un problema de fontanería o quién sabe si de capilaridad.
Parece ser que ha quedado en claro que no hay frigidez en las colonias, aunque se admitió que puede presentarse como “una rebelión inconsciente contra el hombre”. Es a esto lo que se llama “La rebelión de las colonias”, provocada en gran parte por la ciencia de nuestro tiempo, que no es, como creen algunos, la física nuclear, sino la sexología, objeto de una frondosísima bibliografía de incontables libros y manuales sobre el arte de colonizar el cuerpo de la mujer, o cómo curar el estreñimiento cuando no es estreñimiento, o cómo vencer numantinas resistencias a las expansiones coloniales con técnicas complejas y, a veces, cabalísticas. De forma que lo que el padre Las Casas hizo por los indígenas americanos, o más tarde Thomas Paine, con su “Common Sense”, por la liberación de las colonias norteamericanas, lo hizo “Joy of Sex” (“La alegría del sexo”), de Alex Confort, y otros libros y enciclopedias y bibliotecas del género, por la descolonización de Encarnita, que es a lo que estamos.
Manuel Blanco Tobio
ABC,23/6/1983
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