lunes, 5 de diciembre de 2011

0 El teléfono de los ministrables

Ministrables


Cuando se proclamó la República, Julio Camba se hallaba en Nueva York de corresponsal. Regresó a España en barco, y en la oficina en la que tenía que declarar el objeto de su viaje, escribió: «Solicitación de un alto cargo»; lo que, según nos cuenta, le valió la más amable acogida por las autoridades del puerto. En solicitación de un alto cargo andan ahora muchos: se les reconoce de inmediato, porque a Rajoy lo llaman Mariano; e invocar el nombre de Mariano les vale para gorronear entradas para el teatro. Mariano, entretanto, se hace la esfinge; y los solicitantes de un alto cargo pueden pavonearse en los saraos, aureolados de misterio, mientras dura la intriguilla. «Dicen que Fulano es ministrable», musita la gente a su paso, dándose de codazos por hacerles la pelota; y los ministrables se esponjan orgullosos.
Un amigo muy coñón me cuenta la añagaza que ha ingeniado, para escarnecer a los ministrables. Ha logrado juntar en la agenda de su móvil hasta medio centenar de números de ministables, que sin embargo nunca se le ponían al teléfono ni le devolvían llamada; y, aprovechando estas semanas en que Mariano se hace la esfinge, mi amigo ha decidido tomar cumplida venganza. Para ello, le ha bastado con activar una aplicación de su móvil que le permite hacer llamadas sin que su número aparezca identificado en la pantalla del móvil al que llama; y todos los ministrables, al ver qué reciben una llamada sin identificación, piensan que Mariano los ha elegido, y contestan con unción y temblor, como vírgenes oferentes. Mi amigo ha probado a llamarlos a las horas más intempestivas; y los ministrables siempre pican el anzuelo, con una vocecita entre medrosa y expectante. Mi amigo se carcajea entonces:
—Vaya chasco, ¿eh, Fulano? ¿A que pensabas que era Mariano?
[...]
¡Pobres ministrables! Mientras Mariano se hace la esfinge, se pavonean en los saraos y gorronean entradas para el teatro; mañana tendrán que refugiarse en casa, para evitar la vergüenza de ser mirados como parias. Pero mi amigo me ha prometido que los seguirá llamando, para brindarles consuelo en la adversidad. Conociéndolo, sé que en realidad se esforzará por hacérsela más aflictiva. Se lo merecen, por advenedizos.
Juan Manuel de Prada/ABC
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