Un año después era Domingo Ortega el conferenciante y José Ortega y Gasset el oyente en la conferencia que dio el diestro toledano el 29 de marzo de 1950, en el Ateneo de Madrid, sobre El arte del toreo.
Oyéndole, uno se admiraba de cómo este hombre sabía estar en su sitio, hablando tranquilo de su sabia experiencia sin erudiciones ni pedanterías, lo mismo que supo estar siempre en su sitio frente a los toros. Al poco tiempo publiqué yo el texto de esa conferencia en las ediciones de la Revista de Occidente, con un epílogo de mi padre que se titulaba: 'Enviando a Domingo Ortega el retrato del primer toro'. Era un dibujo delurus o Bos primigenius que había mandado hacer el curioso Leibniz del macho de un último rebaño que tenía el rey de Prusia en sus cazaderos de la linde con los bosques de Varsovia.
Pero ni libros, ni crónicas, ni fotografías, ni siquiera el cine o la televisión, guardan fielmente el arte del toreo. Se ha dicho que es la lucha entre lá horizontal del toro y la vertical del torero, entre la línea y el punto. Pero ese dinamismo, ese movimiento, tan fugaz, requiere, como el teatro, la presencia del público y además la sensación de peligro de "esa trágica amistad, tres veces milenaria, entre el hombre español y el toro bravo". El arte del toreo pasa más súbitamente que ningún otro y nos aflige su "hermosura caduca y efímera". Esta frase es de Emilio García Gómez, gran amigo de Domingo Ortega desde sus correrías infantiles en Borox y a quien le reveló "cierta noche de verano en un aguaducho del Retiro su inesperada vocación" de ser matador de toros. Permíteme, querido Emilio, que cierre estas líneas mías con otras tuyas que dedicaste a Domingo Ortega con ocasión de su retirada de los ruedos, y que muy bien pueden renovarse ahora en que ha tomado su definitiva retirada: "El ruedo es inmenso. Está tendido de inmaculado albero... La luz es lívida, de tarde. En medio del redondel, ensimismado, vestido con traje de luces, está un torero, esbelto todavía de cuerpo y siempre con la cabeza clara, pero ya el pelo blanco. Está solo, sin toro. Está terriblemente solo con la fama (¡dejadlo solo!)".
José Ortega Spottorno
El País, 2/6/1988
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