martes, 13 de diciembre de 2011

0 Amigo y tocayo, José Ortega Spottorno (II)

Los dos Ortega fueron buenos amigos, los dos fueron maestros, cada uno en su terreno, y -es curioso- los dos alcanzaron su apogeo hacia los mismos años, en tomo a 1931. Símbolo de esa amistad puede servir la invitación que hizo mi padre al matrimonio Ortega para asistir al carnaval de Múnich en 1954. Mi padre acababa de realizar una tournée triunfal de conferencias por Alemania y quiso transmitir así su euforia a sus amigos. Parece que hizo sensación la entrada de la pareja -él, Domingo, vestido de corto; ella, Pikuki, con mantilla de blonda, ambos elegantes y magníficos- en el salón donde se celebraba el gran baile delfasching muniqués, a los acordes de su famoso pasodoble, cuya partitura me había ordenado mi padre enviársela para que se la aprendiera la orquesta del hotel. Poco después, Domingo le regalaría a mi padre un lujoso capote de paseo que vino a mis manos en el reparto de esos objetos que se quedan dormidos en las estancias silenciosas, cuando sus dueños se van riara siempre. He querido inútilmente darlo, en vida de su donante, al Museo Taurino de Madrid. No me han hecho caso y pienso que hubiera sido un acto brillante en el que Domingo se avenía a pronunciar unas palabras que han quedado inefables. Buscaré otro destino digno de prenda tan preciada.
No era mi padre propiamente un aficionado a los toros. Sólo de cuando en cuando asistía a una corrida para tomar el pulso de "cómo iban las cosas". Pero presumió siempre de ser uno de los espectadores más antiguos porque, muy de chico, acompañaba a menudo a la plaza a su padre, Ortega Munilla, periodista que empezó por ser cronista taurino. Así pudo alcanzar a Lagartijo, cuya larga famosa, mi padre, con esa prodigiosa memoria visual que tenía, se la explicó a Luis Miguel Dominguín en la época en que éste ascendía a las alturas taurinas. Pero si no fue un aficionado, en cambio hizo con los toros lo que no se había hecho: "Prestar atención al hecho sorprendente que son las corridas de toros, espectáculo que no tiene similitud con ningún otro, que ha resonado en todo el mundo y que, dentro de las dimensiones de la historia española de los últimos siglos, significa una realidad de primer orden". Y este saber que la historia de la fiesta es un hecho de primer orden en nuestra historia y, a la vez, un paradigma científico para la evolución de todas las artes, le llevó a arremeter contra algunas "sabandijas periodísticas" que en aquel año de 1949 creyeron desacreditar las lecciones que daba En torno a Toynbee y su interpretación de la historia universal notificando despectivamente que a ellas asistían toreros "porque Domingo Ortega, mi amigo y tocayo, me hace la mesura de asistir a este curso".
José Ortega Spottorno
El País, 2/6/1988

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