jueves, 16 de febrero de 2012

0 Que no daría yo, Rocío, Antonio Burgos (y III)

Ay, niña Rocío de la luna blanca que amaneció y te vio dormida, qué no daría yo por empezar de nuevo y saber que tu padre por fin ha permitido que seas artista, y que la mujer del Yoni te ha llevado al tablao El Duende de Gitanillo de Triana, y que ya estás allí, en el cuadro, aprendiendo a mover los brazos de la mismísima Pastora Imperio. Qué no daría yo por volver a conocerte ahora en el Hotel Playa de Cádiz, que esta noche, en la plaza de San Juan de Dios, junto a la comparsa de Paco Alba y el tanguillo que vas a bailar con ese Buda carnavalesco que es Pepe el Sopa, vas a cantar en honor de la reina del Carnaval, qué arte de la resistencia, disfrazado de Fiestas Típicas, con el loco febrero mayeando en coplas. Qué no daría yo por verte debutar en el teatro San Fernando con el espectáculo «Pasodoble», por escucharte las primeras canciones que te ha escrito tío Rafael de León. Qué no daría yo, en rebujina de tiempos y de espacios, por verte inaugurar el auditorio de la Expo del 92 que ya llevará tu nombre, aquel que teniendo siete mil kilómetros de largo de escenario se te quedaba corto, de cómo lo llenabas con tu voz, con tu abanico, con tu quejío, traspasando de luz de faro chipionero todas las candilejas que te pusieran. Qué no daría yo por volver a la ermita de la Yerbabuena, que vienes en un coche de caballos, blanca piconera, a casarte con nada menos que un torero, a quien andando el tiempo le veremos la mejor faena de su vida en los largos meses del lucha, lucha, cuando su amor será una entrega de hombre de cuerpo entero, de puerta grande del amor. Que no daría yo por volver contigo a Los Ángeles de California, cuando me grabaste «La sed del mar», y era como si la gracia de Chipiona hubiera desembarcado en la playa Omaha de aquellos gachós americanos, deslumbrando al bueno de Bebu Silvetti con un anillo nuevo o un nuevo abrigo de pieles a cada tema del disco terminado en el estudio. Qué no daría yo por estar en la cubanidad del Knight Auditorium de Miami, flecos de mantón en dueto con el lelere de Lola o con el sóngoro cosongo de Olguita Guillot. Qué no daría yo por volver a verte, tan guapa, el pelo recogido, con un clavel grana sangrando en tu boca, en «Azabache», con Juana, con Imperio, de las de peina y volantes, ay, qué pocas vamos quedando. Qué no daría yo, Rocío, por verte de joven madre con Rocío Carrasco en una toquilla en tus brazos. Qué no daría yo por volver a escucharte «El Amor Brujo» en la plaza de toros de Sevilla. Qué no daría yo por volver a aquellas noches de jazmines del teatro Pemán en el Parque Genovés de Cádiz, cuando cantabas por alegrías el verso de tu compadre Antonio Martín:
Que yo soy gaditana
de pura cepa,
como las mojarritas
de la Caleta...
Qué no daría yo, niña Rocío de luna blanca, caricia y poderío de tu voz. Tu voz que queda. El no sé qué que queda balbuciendo, a compás de bulería. Pues me ha dicho la luna que si amanece y ve que estás dormida, tu Yemayá de moscatel, tu Virgen de Regla, hará el milagro de que sigamos oliendo la misma flor de tu voz muchas, muchas primaveras.
Antonio Burgos
ABC,02/06/2006

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