miércoles, 29 de febrero de 2012

0 La sandalia de Empédocles, Gabriel Albiac (y II)

Pero has roto el encanto. En el instante mismo en el cual retiraste de su anaquel el volumen de La muerte de Empédocles. Y está la biblioteca nuevamente habitada. Y la trampa se cierra: has retornado. De nada vale ya ese esfuerzo prolijo de pasar sobre tus cosas sin tocarlas. Estás. El rebote ámbar del sol sobre impensables templos dóricos sucede en otro sitio. Y no hay consuelo siquiera en las letras leídas que lo invocan. Hölderlin, que inventa al Empédocles que no volvió a casa nunca, se aniquila a sí mismo al ensoñarlo: «Son siempre las palabras impacientes quienes precipitan a los mortales y les impiden gozar del maduro instante de la perfección». Los menos líricos deberán conformarse con el sosiego desesperado del Bertolt Brecht más viejo: «Estoy al borde de la carretera./ El chófer cambia la rueda./ No me gusta el lugar de donde vengo./ No me gusta el lugar a donde voy./ ¿Por qué miro el cambio de rueda/ con impaciencia?»

Hay cosas que se han ido acumulando. Demasiadas. Habrá que ir, poco a poco, poniendo la casa en desorden. También, esa sandalia que no quedó en el Etna.
Gabriel Albiac
ABC-24/08/2009

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