miércoles, 8 de febrero de 2012

0 Palabras como chicles, Francisco Rodríguez Adrados (II)

Sigo. Buen lío tenemos con lo de «nación», «nacional», «nacionalidad», «nacionalista».

«Nación» viene de «nacer», aparece en castellano desde fines del siglo XIV para indicar un «conjunto de personas del mismo origen» (acepción 3 del Diccionario, pero es la más antigua). Se usó, sobre todo, en traducciones del Evangelio y de las literaturas griega y latina: «la nación de los medos», «la nación germánica»... Nada de esto tenía sentido político.

Lo cobró con la Revolución Francesa: en su nuevo vocabulario, «la nación» es el pueblo políticamente unido en un Estado. Es la acepción 1 del DRAE («conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo gobierno»). Entonces, cuando los nacionalistas piden que se reconozca a Cataluña como nación, están metiendo en «nación» un sentido inadecuado. Nunca fue «nación» en ese sentido: ni con el condado de Barcelona ni con el reino de Aragón. Buscan que exista, eso sí. Pero la base histórica falla. Pues que se fastidie la historia: inventemos lo que nunca existió, pongámoslo a funcionar ahora.

Ya hubo tentativas: la Constitución solo habla de una «nación», la española, pero (art. 2) habla de las «nacionalidades y regiones» que la integran. Sin duda fue una transacción. Desde que la palabra aparece en Gracián, tiene sensiblemente iguales sentidos que «nación»: de «pueblo» o, más tarde, de «estado constituido», tales Portugal o España, más algunos derivados de este («la nacionalidad española», etc.) En España, como mucho, el historiador Vicente de la Fuente hablaba en el siglo XIX de dos nacionalidades, Castilla y Aragón. No se mencionan otras.

En fin, «nacionalidad» fue un tanteo, ya en la Constitución, para rehuir «nación». Ahora la vicepresidenta dice que qué más da. Pero el cambio semántico anticipa el cambio político.

Sí es más antiguo el uso de «nacionalista» y «nacionalismo», desde comienzos del siglo XX hablando de Cataluña y el País Vasco. Fueron términos tomados en préstamo de movimientos independentistas europeos y americanos: los que creaban o intentaban crear «naciones» con base histórica o sin ella. Aquí la Constitución, con razón, evitó «nación» con ese sentido, como incompatible con la unidad de España. Introducirla ahora es cándido: es un primer paso, van a lo que van.

Se pretende, pues, la ceremonia de la confusión: todos somos «naciones». Pero en sentido político no es así, en él, en la Constitución, la nación es España.
Francisco Rodríguez Adrados
ABC/24.11.2004

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