domingo, 30 de junio de 2013

0 Los secuestrados en la memoria


El Centro Nacional de Memoria Histórica dio a conocer hace poco un informe estadístico sobre el secuestro en Colombia.

Las cifras son impresionantes: de 1970 a 2010 se han cometido 39.058 secuestros en 1.006 de los 1.102 municipios de Colombia. Entre las víctimas figuran 3.000 menores de edad y 1.200 ancianos. 301 personas fueron secuestradas más de una vez; una de ellas, cinco veces.

Los secuestros han sido cometidos mayoritariamente por guerrilleros, paramilitares y delincuencia común.

El informe constituye un esfuerzo notable: da con las cifras y las organiza; luego les procura un contexto, una perspectiva histórica. Al establecer por primera vez las dimensiones numéricas del problema, genera interés en un tema que desde hacía años era percibido con indiferencia por la mayoría de los colombianos.

Porque no nos digamos mentiras: después del rescate de la excandidata presidencial Íngrid Betancourt, la comunidad internacional no volvió a preocuparse por los secuestrados colombianos, y hasta el gobierno nuestro pareció desentenderse del problema.

El informe del Centro Nacional de Memoria Histórica, digo, vuelve a poner el tema sobre el tapete.

Más allá de los alcances de esta magnífica base de datos, es necesario mantener en la memoria colectiva a las víctimas y a sus familias. Evocar sus nombres, sus rostros, sus historias. Al recordarlos ejercemos presión sobre el gobierno y sobre los captores: ignorar a los secuestrados no es una opción.

Necesitamos tener presentes sus rostros porque, como decía Ruud Lubbers, Alto Comisionado de las Naciones Unidas Para los Refugiados, "sin imágenes no hay compasión y mucho menos reacción política urgente".

Nunca olvido, por ejemplo, ciertas voces que han pronunciado frases dolorosas sobre este drama. La de doña Carmen Medina, madre del sargento William Pérez, quien permaneció diez años y cuatro meses en poder de las Farc.

"Mientras mi hijo estuvo ausente", me contó, "no dejé de servirle por las tardes su plato de comida. La gente decía que yo estaba loca, pero a mí eso me hacía sentir mejor, porque comer sin saber si él habría comido era algo que me partía el alma". 

De esa terrible sensación de culpabilidad que a ratos sienten los familiares de los secuestrados, me habló también Carolina, la hija del exsenador Luis Eladio Pérez. Ella se sorprendió más de una vez lamentando el haber celebrado el chiste casual de algún amigo, solo porque se preguntaba si era justo reír mientras su padre sufría en la selva.

Además se sentía desconcertada durante los periodos en que no recibía pruebas de supervivencia, porque no sabía si estaba llorando a un vivo o a un muerto.

Años atrás, la esposa no identificada de uno de los secuestrados le describió esa sensación de manera muy gráfica a la revista Semana: "me siento como una viuda sin muerto y una divorciada sin papeles".

El de los secuestros es uno de los capítulos más infames de nuestra larga historia de infamias. Es justo que queramos echarle tierra definitivamente, pero no antes de que vuelva a la libertad el último de los cautivos.

Alberto Salcedo Ramos
El Colombiano

0 Documental. Macintyre undercover. Chelsea Headhunters (III)

0 Al Qaeda, en el Magreb. Bases secretas (I)





0 Etapa 1: Kittel,entre el asfalto y el autobús

Porto Vecchio-Bastia (212 km)

El Tour colecciona a lo largo de sus 100 años un puñado de imágenes tan míticas, que en más de una ocasión hemos pensado en llevarlas en la cartera junto a la de los niños y nuestra novia cuando era guapa. A ese excelso álbum de cromos, añadiremos desde ayer una foto que, por bizarra, quedará para los anales de la historia: el autobús del Orica GreenEdge quedó atrapado como por un cepo en la línea de meta en lo que, temimos, pudiera ser la última broma del humorista Remi Galliard.


Nada más lejos de la realidad. Entre los nervios típicos de final de carrera con viento pegando de costado, hubo que estar tan pendientes de Radio Tour como de las direcciones que llegaban por el pinganillo. Con el autobús aun en meta, la organización de carrera adelantó el final de la etapa al kilómetro 3 lo que pudo suponer una trampa para los corredores por la rotonda situada a escasos 100 metros de la nueva meta.

Cuando el –estirado ya- pelotón preparaba la llegada y, para darle un toque como de última hora, el autobús salió de su guarida. La estrategia de los equipos cambiaba y los nervios por colocar a los sprinters se sucedían tras el ritmo puesto por los Omega y los Saxo Bank. En ese momento se produjo una caída en la parte delantera tremendamente aparatosa, en la que se vieron involucrados demasiados ciclistas para ser un primer día. Entre ellos estaba Alberto Contador junto a mucha parte de su equipo. El de Pinto no perdería tiempo con respecto a sus rivales por la general ya que el adelantamiento de meta, con corredores ya en zona de seguridad que se amplió a los tres últimos kilómetros modificados, favoreció los intereses del español.

Con Cavendish cortado, los nervios en cabeza de carrera en torno a los líderes que pudieran haberse visto afectados por la caída, se produjo un sprint con más corazón que piernas sin saber a esas alturas, si valdría para algo o no.  Venció Kittel, el corredor del Argos por delante de Alexander Kristoff (KAT) en un  final muy apretado, que coronaría al alemán como primer maillot amarillo del Tour de los 100 años.


Aunque si hay que destacar el papel de un corredor español en el día de ayer, ese es Juan Antonio Flecha. Junto a cuatro compañeros de viaje (Lemoine, Boom, Cousin y la otra baza  patria que fue interceptada antes, Juanjo Lobato) atacaron desde el desayuno en una aventura que les duraría 170 kilómetros. El ataque de Flecha, viene a suponer un aviso para navegantes de que su paso del Sky al Vacansoleil se produce por la vital razón existencial de que Juan Antonio es un alma libre además de valiente que dará que hablar más allá de llevar agua o acompañar líderes. Y es que las flechas siempre viajaron por el aire, rara vez en autobús.

Darío Novo

0 La portada del día 30/06/2013: Marca (España)


viernes, 28 de junio de 2013

0 La izquierda franquista

Alguien, no recuerdo quién, dijo que uno siempre se acaba pareciendo a su peor enemigo. Sin ir más lejos, le ha ocurrido a la progresía con su particular joya de la corona, el sistema educativo. Y es que, al final de su viaje pedagógico a ninguna parte, la izquierda acabó reproduciendo el modelo educativo franquista. Un giro de 360 grados que sus iguales de la derecha no muestran intención alguna de corregir. La dictadura, recuérdese, proveyó de una generosa red de universidades públicas y gratuitas a un país de semianalfabetos. Así surgió en España esa variante castiza del socialismo consistente en que los pobres carguen con la obligación de pagar a escote la formación superior de los ricos.
En coherencia con tal principio doctrinal, todo lo que no se invirtió en crear una red de instrucción pública digna de ese nombre se gastó en promover las célebres universidades autónomas y otros escaparates de relumbrón. Una pirámide invertida que, lejos de ser demolida por la izquierda en el poder, aún sigue inspirando su praxis a día de hoy. De ahí que, 38 años después del cambio de régimen, España continúe siendo aquel mismo país de semianalfabetos, pero, eso sí, dotado de un flamante campus universitario en cada capital de comarca. Repárese, para bochorno colectivo, en la letra menuda de ese informe último de la OCDE que circula por las portadas de los periódicos.
La mitad de la población adulta, el 46% del censo entre 25 y 64 años, no ha pasado de aprender las cuatro reglas en la educación primaria. Ni siquiera Grecia, solo Portugal ofrece índice tan desolador en Europa. Una vergüenza que se repite, mimética, en la secundaria. Apenas dos de cada diez españoles de esa cohorte han completado ese nivel de estudios. Dos de cada diez, no muy lejos de la media del Magreb. Sin embargo, a matrículas universitarias no nos gana nadie. Y nadie quiere decir nadie. Ni Suiza, ni Alemania, ni Italia, ni Francia, ni el Reino Unido ni… Con un 32% de titulados superiores, encabezamos la Champion-Li, que diría Zetapé. Un despropósito. El mundo al revés. Lo escribió ayer Cristina Losada con abatida lucidez: en nombre de la igualdad hemos engendrado el peor de los clasismos. Ah, la izquierda franquista y sus compañeros de viaje.      
José García Domínguez / Libertad Digital

0 La portada del día 28/06/2013: El Mundo (España)


miércoles, 26 de junio de 2013

0 La portada del día 26/06/2013: El país (España)


martes, 25 de junio de 2013

0 Documental. Macintyre undercover. Chelsea Headhunters (II)

0 Cuatro hombres en un paisaje hostil


Me telefonea Augusto Ferrer-Dalmau, nuestro pintor de batallas. El que tiene la maldita Internet saturada, entre otras cosas, de reproducciones de ese lienzo sobre Rocroi -El último tercio, es el título- al que todos los amigos se ven en la obligación de enviarme enlaces en plan «Éste te va a gustar», etcétera. Y me dice, el compadre, que vaya a Valladolid, a su estudio, que ha terminado el cuadro sobre Afganistán. Que me lo quiere enseñar antes de librarse de él. Y como los amigos están para fastidiarlo a uno, allá me voy, resignado, carretera arriba hasta Valladolid, oyendo a Carlos Herrera en la radio. Y le aterrizo al pintor en su estudio con buena luz de media mañana, perfecta para mirar bien su último trabajo. Y allí, entre sables, morriones, pistolones, pellizas de húsar y otros artilugios que Augusto utiliza como motivos para ambientar sus trabajos, está el último cuadro, grande, estupendo: La patrulla, se llama. Y muestra, en un paisaje desolado y desértico, con colinas ocres al fondo, las casas de un pueblucho mísero; y entre ellas y el espectador, como si el jefe de la patrulla acabara de volverse hacia atrás para mirar a los hombres que lo siguen, cuatro soldados españoles y uno afgano, que con equipo de combate caminan espaciados, las armas a punto, internándose cautos por territorio hostil, mientras el sol del atardecer proyecta en el suelo sus sombras largas sobre la tierra calcinada.

Sé que para Augusto es un cuadro importante. Su homenaje personal a los soldados españoles que combaten -ésa es la palabra exacta, pese al lenguaje perifrástico oficial- desde hace tiempo en Afganistán, y cuya misión se encuentra en fase de repliegue. Augusto ha pintado este cuadro para donarlo al museo del Ejército de Toledo. A fin de documentarlo pasó varios días con las tropas españolas, a tiro de los talibán. Jugándosela en posiciones avanzadas, peligrosas. He visto el álbum extraordinario de bocetos que trajo de allí como material base: retratos, apuntes, paisajes, estudios de luz, de sombras, rostros de afganos, paracaidistas y legionarios españoles, cada uno con su historia, sus notas minuciosas, sus referencias útiles para el proyecto. Paradójicamente, tras esa copiosa cantidad de material, la obra final sobre el lienzo aparece por contraste vacía, casi desnuda, absoluta en su simplicidad; en su árido paisaje y en esos casi solitarios hombres duros que pisan aquel peligroso rincón del mundo. Misión de paz, misión de guerra, fiel infantería de toda la vida, la misma que aparece en el ya legendario lienzo sobre el último cuadro en Rocroi. La vieja y única historia posible: lealtad a los compañeros inmediatos más que a las grandes palabras huecas y a las cambiantes banderas donde tanto canalla se envuelve y medra. Un cuadro grande, un paisaje árido, unos soldados. Cuatro españoles que caminan por un paisaje hostil, protegiéndose serenos unos a otros. Sabiendo que nadie les agradecerá nada. Realizando con pundonor y sencillez el trabajo por el que les pagan, como llevan haciéndolo desde hace siglos. Desde que la palabra guerra, por azares de la vida y de la Historia, se interpone en el camino del ser humano.


Arturo Pérez-Reverte
XL Semanal
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0 La portada del día 25/06/2013: La Vanguardia (España)


lunes, 24 de junio de 2013

0 Documental. Macintyre undercover. Chelsea Headhunters (I)


0 La última y nos vamos - Cambio de nombre


0 Briega y Camba en Londres

Querido Álex:

Nadie empieza ya las cartas con la formula “Querido+nombre” pero fruto de que esto traslade el entorno a la vida y vitalidad de Julio Camba, qué mejor manera de comenzar que como lo hiciera el maestro. Perforar en el epistolario de alguien supone perforar su intimidad. Por eso me llamó especialmente la atención, la tesis doctoral que leí hace no mucho sobre Julio Camba que desnudaba al personaje a través de sus misivas. Ya nadie escribe cartas, salvo la administración pública que me escribió a comienzos de 2013 una para decirme que era libre de todo pecado a lo que me aconsejaste no tirar más piedras, y el sobre chupado se ha cambiado por la rapidez del correo electrónico ¿Habrá que darle la razón a Nicholas Carr en que creamos mentes superficiales? Tal vez por lo que concretemos que esta es una carta que llega por e-mail por si algún día a alguien le interesa nuestro epistolario.

En 1913, Julio Camba marcha a Londres con la intención de ganarse la vida escribiendo a pesar de que odiaba escribir, nada más lejos de ese odio al periodismo que sientes o siento, pero que nos atrapa como las máquinas de gancho a los peluches. Londres te recibe pues 100 años después de que lo hiciera con Julio Camba, cuya primera visión del lugar fue la de sus guardias impermeables. En general, la descripción es de una impermeabilidad de toda la ciudad: los sombreros, los gabanes y el suelo “¡hay que ver lo que llueve sobre ellos!”. Al ser un hombre de costumbre hispana, vino a reparar en que los españoles no somos impermeables, lo que es inevitablemente cierto y como –casi- todos los escritos del autor trasladable a la actualidad: de llover aquí así, nos hubiéramos ablandado. Así las cosas, uno no puede más que recordar las tardes de subidas y bajadas por las cuestas de San Lorenzo, panfletos en mano, que nos hicieron ablandecernos tanto como la propia celulosa.

Y luego está el tema de la niebla. La que le hizo creer a Camba que era muy temprano, pero eran las 10 de la mañana. Pero puestos en situación ¿qué son las 10 de la mañana para un madrileño?

-Yo dejé de levantarme más tarde de las 11 cuando cumplí los 23.

Me espetaste hace dos meses en los que te quedaban 4 para cumplir los 24. 24, por cierto, que cumplirás en Londres, allá por agosto con la niebla, la lluvia y los zapatos para el agua que, con suerte, comprarás por Oxford Street.

He mentido. Bueno no he mentido del todo, pero para escribir las cosas de manera prosaica hay que alterar los hechos al menos en el hilo conductor del tiempo. Y es que Julio Camba no realizó su primer viaje a Londres en 1913 sino que lo hizo en 1909. Esto rompería la magia del asunto de los 100 años y los números exactos si no fuera porque en 2009 un viaje también nos acogió en la ciudad británica. Por entonces no éramos tan amigos pero supongo que todos los recorridos de las relaciones que acaban en una amistad como esta tienen puntos así, como las etapas llanas del Tour.

Aquel día, si no recuerdo mal, te acercaste a una taberna en Victoria y me encontraste en un estado parecido a cuando Josep Pla encontró a Camba a las puertas del Palace en pleno advenimiento de la República: tambaleante con una copa en la mano. El resultado en ambos casos fue desastroso: nosotros nos llevamos cuatro goles en la capital londinense que casi tuvimos que facturar en el vuelo de vuelta y los españoles sufrieron después una República que aún pasa factura.

La taberna –las tabernas inglesas en general- guardan una idiosincrasia bastante similar y eso a pesar de la distinta catadura social (la permacultura de Liverpool frente a la multiculturalidad londinense) que les rodea. Es por ello que Poe las tildaba como “templos del demonio”. Los templos del demonio huelen a bar de moqueta roída e historia bañada en cerveza, como los linotipistas de Wolfe que borrachos, bajaban a mear al río. Allí la gente escupe al hablar, si es que hablan, y es que ahora, con la prohibición de no fumar que después se nos haría extensiva, ha cambiado la forma de divertirse de los ingleses. El inglés, decía Camba, se pasaba la noche bebiendo whisky y fumando en pipa, acciones que repetía una y otra vez hasta las doce y media de la noche. Y al día siguiente:

“-¡Vaya, que bien me lo pasé ayer! ¿Y usted Julio?
-No, yo no me divertí.
-¡Pero hombre, si los españoles son alegres!
-Precisamente por ello que no me divirtiera.”

Por ello los ingleses –al contrario que Camba o tú- nunca encuentran la magia en viajar solos. Y es que toman la base de la precisión. Base por la cual realizan el trabajo de manera metódica para llegar a los mismos resultados a los que llegaríamos nosotros en 15 días de trabajo a saco las dos últimas semanas de producción. Por no hablar del formalismo de los viajes que antes mentaba que puede hacerles cambiar de opinión al momento:

“-No, no vale la pena
-Ah ¿no vale la pena?
-No, lo que hay que admirar es esto.
-Muy bien, perdone usted.
El inglés rectifica lo que hay que admirar como quien rectifica una suma.”

Aunque te llevas últimamente una sana costumbre que ya le pasara a Julio: la afición del español indefectible por los cafés y las charlas con amigos. Tras jugar a la pelota y verle cansado le dijeron:

“-¿Por qué no hace usted pesas?
-Porque me cansaría mucho más.
-Lo ve. Son ustedes débiles.
-Es cierto, pero nosotros resistimos a la atmósfera del café y ustedes no.”

Pero hay españoles que tampoco lo resisten o si quiera tienen conversación para ello. Porque si algo ha madurado nuestra amistad (al margen de la mutua capacidad de aguante) es la no existencia de la deceleración conversacional, capaz de reír y contar a las 7 de la mañana en Alcobendas o a las tantas en Budapest, bajo el cuchicheo de una cena a tres bandas o con 100.000 personas al otro lado del micrófono.

-¿Podéis estar 5 días de viaje hablando y sin discutir?
-Sí y sin aburrirnos –le dije no hace mucho a una amiga en un bar, ante su estupefacción-

Y así llevamos 10 años conversando, como Camba con los suyos en el café.

“-De modo que va a usted a pasarse la tarde en el café –le dijeron los guiris de la pelota-
-Sí, señor.
-Yo no podría resistir eso.
-¡Lo ve, son ustedes unos débiles!”

El bobby grita, con lo que es el momento de apartarse del camino literario de las aventuras de Julio Camba en Londres para comenzar a vivir las tuyas. No sé si las escribirás o no, y si lo harás con la misma gracia, pero yo os quiero igual. Bueno, eso no es del todo verdad, pero no digas nada no sea que el viejo vago y refunfuñón se levante y nos descuartice con su verbo ágil.

Darío Novo

0 Isco

Isco sí, Isco no. Isco, que rima con basilisco, es de corazón culé, y los madridistas maledicentes opinan que sería el amigo que necesita Casillas para acompañar a Xavi en las derrotas del Barça. Isco, en cualquier caso, parece una opción de mera estética. ¿Otro Canales? Canales fue el Justin Bieber del valdanismo. Isco sería el Seat León amarillo del piperismo, que en el fondo está más por la cosa de la Roja, aunque la Roja sea el Bulli tiquitaquero de Xavi, que por la cosa del Real, donde siempre se acaba colando algún extranjero. El pipero ve en la Roja a la Nación que le han birlado en la escuela.

Ignacio Ruiz Quintano
ABC
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0 La portada del día 24/06/2013: El País (España)


domingo, 23 de junio de 2013

0 La travesía de Wikdi (y III)


La Institución Educativa Agrícola de Unguía, fundada en 1961, ha forjado ebanistas, costureras, microempresarios avícolas. Pero hoy el taller de carpintería se encuentra cerrado, no hay ni una sola máquina de modistería y tampoco sobrevive ningún pollo de engorde. Supuestamente, aquí enseñan a criar conejos; sin embargo, la última vez que los estudiantes vieron un conejo fue hace ocho años. Tampoco quedan cuyes ni patos. En los 18 salones de clases abundan las sillas inservibles: están desfondadas, o cojas, o sin brazos. La sección de informática causa tanto pesar como indignación: los computadores son prehistóricos, no tienen puerto de memoria USB sino ranuras para disquetes que ya desaparecieron del mercado. Apenas cinco funcionan a medias. Recorrer las instalaciones del colegio es hacer un inventario de desastres.

—Este año no hemos podido darles a los estudiantes su refrigerio diario —dice Benigno Murillo, el rector—. El Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, que es el que nos ayuda en ese campo, nos mandó un oficio informándonos que volverá a dar la merienda en marzo. Hemos tenido que reducir la duración de las clases y finalizar las jornadas más temprano. ¡Usted no se imagina la cantidad de muchachos que vienen sin desayunar!

Ahora los estudiantes del grupo Séptimo A van entrando atropelladamente al salón. Se sientan, sacan sus cuadernos. En el colegio nadie conoce a nuestro personaje como Wikdi: acá le llaman ‘Anderson’, el nombre alterno que le puso su padre para que encajara con menos tropiezos en el ámbito de los “libres”. 

—Anderson —dice el profesor de geografía—: ¿trajo la tarea?

Mientras el niño le muestra el trabajo al profesor, reviso mi teléfono celular. Está sin señal, un trasto inútil que durante la travesía solo me ha funcionado como reloj despertador. La “aldea global” que los pontífices de la comunicación exaltan desde los tiempos de McLuhan, sigue teniendo más de aldea que de global. En el mundo civilizado vamos a remolque de la tecnología; en estos parajes atrasados la tecnología va a remolque de nosotros. Allá, en las grandes ciudades, al otro lado de la selva y el mar, el hombre acorta las distancias sin necesidad de moverse un milímetro. Acá toca calzarse las botas y ponerle el pecho al viaje. 

—América es el segundo continente en extensión —lee el profesor en el cuaderno de Anderson.

Se me viene a la mente una palabra que desecho en seguida porque me parece gastada por el abuso: ‘odisea’. Para entrar en este lugar de la costa pacífica colombiana que parece enclavado en el recodo más hermético del planeta, toca apretar las mandíbulas y asumir riesgos. El trayecto entre mi casa y el salón en el cual me encuentro este martes ha sido uno de los más arduos de mi vida: el domingo por la mañana abordé un avión comercial de Bogotá a Medellín. La tarde de ese mismo día viajé a Carepa —Urabá antioqueño— en una avioneta que mi compañero de viaje, el fotógrafo Camilo Rozo, describió como “una pequeña buseta con alas”. En seguida tomé un taxi que, una hora después, me dejó en Turbo. El lunes madrugué a embarcarme, junto con veintitrés pasajeros más, en una lancha veloz que se abrió paso en el enfurecido mar a través de olas de tres metros de alto. Atravesé el caudaloso río Atrato, surqué la Ciénaga de Unguía, hice en caballo el viaje de ida hacia el resguardo de los kunas. Y hoy caminé con Wikdi, durante dos horas y media, por la trocha de Arquía. 

El profesor sigue hablando:
—Chocó, nuestro departamento, es un puntito en el mapa de América.

¡Ah, si bastara con figurar en el Atlas Universal para ser tenido en cuenta! Estas lejuras de pobres nunca les han interesado a los indolentes gobernantes nuestros, y por eso los paramilitares están al mando. En la práctica ellos son los patronos y los legisladores reconocidos por la gente. ¿Cómo se podría romper el círculo vicioso del atraso? En parte con educación, supongo. Pero entonces vuelvo al documento de las Naciones Unidas. Según el censo de 2005, Chocó tiene la segunda tasa de analfabetismo más alta en Colombia entre la población de 15 a 24 años: 9,47%. Un estudio de 2009 determinó que en el departamento uno de cada dos niños que terminan la educación primaria no continúa la secundaria. En este punto pienso, además, en un dato que parece una mofa de la dura realidad: el comandante de los paramilitares en el área es apodado ‘el Profe’. 

Anderson regresa sonriente a su silla. Me pregunto adónde lo llevará el camino al final del ciclo académico. Su profesora Eyda Luz Valencia, que fue quien lo bautizó con el nombre de “libre”, cree que llegará lejos porque es despabilado y tiene buen juicio a la hora de tomar decisiones. Existen razones para vaticinar que no será un ‘profe’ siniestro como el de los paramilitares, sino un profesor sabio como su padre, capaz de improvisar una aurora aunque la noche esté perdida en las tinieblas.

Alberto Salcedo Ramos

0 Prozac para un muerto

En este artículo no caben más spoilers
Tony sonríe mirando a los patos de la piscina mientras prende el fuego de una barbacoa. Suena el aria 'Chi'll bel sogno di Doretta de La Rondine' de Puccini, en la que la protagonista aspira al amor verdadero; Tony se limita a aspirar suavemente el humo de un puro. Sigue con la mirada sus venerados patos, que de pronto empiezan a volar como gallinas sobre el agua y terminan despegando del chalé hasta perderse en el horizonte. El mundo de Tony Soprano, asesino profesional, se tambalea a cámara lenta y termina estrellado en el jardín como un gigante al que clavasen una flecha en el talón. Su pequeño orden mantenido en equilibrio precario por el paisaje de unos patos ha quedado fulminado. Decide poner en riesgo su vida acudiendo a una psiquiatra a la que dice, asombrado: "¿Qué pasó con Gary Cooper? El tipo fuerte y silencioso. Era el estadounidense. No estaba en contacto con sus sentimientos. Sólo hacía lo que tenía que hacer. Lo que no sabían era que una vez que ponían a Gary Cooper en contacto con sus sentimientos, no podrían callarlo. Entonces es esta disfunción, y ésa, y vaffanculo".
Años después a esa piscina que abandonaron los patos regresa uno, su hijo, cargando una cuerda al cuello atada a un ladrillo que sostiene en las manos y una bolsa de plástico en la cabeza. Cuando la cámara se aleja parece un apicultor en trámites de divorcio. Se deja caer sin ninguna gana y forcejea patéticamente para librarse. Tony aparca su coche, entra en casa e invade militarmente la cocina para masticar lo primero que encuentra. Mientras roe unas sobras ve a través de la ventana a su hijo tratando de agarrarse al trampolín. Sale lentamente hacia allí movido por la curiosidad sin desprenderse de la comida hasta que comprende la magnitud operística de la tragedia y suelta su mejor 'What the fuck'. Imposible no recordar, pese al dramatismo, una de las mejores escenas de humor de la segunda temporada. Cuando Carmela le exige a Tony que se haga una vasectomía preocupada por su furor sexual lejos del matrimonio, el niño regordete anda por allí rompiendo algo. Tony, enervado por la discusión, se va de la cocina a los gritos mientras señala al pequeño: "¡Pero cómo me voy a hacer una vasectomía!".
Tony hace dos cosas extraordinarias por sus hijos. La primera, entrar como una estampida de bisontes en un restaurante para dejar al borde de la muerte con una paliza soberana a Coco Cogliano por haber asediado finamente a Meadow: "My fuckin' daughter", repite mientras le coloca la boca abierta en el borde de la mesa como un carnicero preparando las costillas. La segunda, acabar visitando a su hijo en el hospital tras el intento de suicidio. Caminando por el pasillo acompañado de una enfermera, gabardina larga y pasos cansados bajo la música de una nana italiana, el chico se cruza con él; los dos se dirigen unas palabras y echan a andar con una puerta acristalada cerrándose y la mano de oso de Tony posándose sobre los hombros del adolescente deprimido.
Hay en esas dos entradas, la del restaurante y la del hospital, dos formas puras de amor. Sin la primera, destructiva y amoral, no existiría la segunda. Esa complejidad súbita y explosiva de Tony Soprano (se aparta un diente de Coco del abrigo mientras conferencia en el despacho de un profesor) es obra de James Gandolfini, el genio de la interpretación que comparte la gloria de 'Los Soprano' con David Chase y unos protagonistas en estado de gracia (tremendas Lorraine Braco y Edie Falco; increíble el esfuerzo de los guionistas, contenido a duras penas, para que en seis temporadas Tony y la doctora no echen un miserable polvo). Gandolfini compuso en su personaje unos rictus que son pequeñas obras de arte. Van desde la crispación hasta una paz que siempre consiguió que intuyésemos amenazada; mi preferido es el gesto feroz de media sonrisa, esa distancia que pone entre el espectador y él para que no sepamos si está de acuerdo con esa sonrisa o solamente es su gesto más espléndido de desagrado antes de emprenderla a tiros. Una media sonrisa de compromiso, fastidiada, casi siempre al escuchar alguna gracia de sus soldados pelotas –inmejorable el gesto cuando deviene en horror al comprobar que le ríen exagerademente un chiste tonto- o una media sonrisa que se queda sin llegar a la sonrisa porque de pronto, en ese buen humor, le asedia una nube negra.
A los Soprano les separa de los Corleone un rigor estético y la irrupción institucionalizada de los últimos como Estado dentro del Estado, con acceso a senadores e influencia política de calibre. Se subraya esto como síntoma de precariedad y hasta parodia por parte de los de New Jersey y su indómita manía en reunirse en tenderetes cutres vestidos de chándal, como el inigualable Paulie Gaultieri, al que la 'i' final de su apellido le condenó a vestir una sencilla camiseta interior blanca abanderado. Pero hay un estilo gozoso en esa banda de mafiosos: el que supone la exaltación hedonista y pragmática de su líder contagiada a los demás. ¡Hasta uno de sus capos deja el negocio y se va a vivir con un camarero para cocinarle pasta en mandilón! Acuciados por sus pasiones, que incluyen juego, drogas y violencia en dosis masivas, Tony representa acaso la más fundamental: comer, beber y acostarse con señoras de toda condición sin reparar en el número de extremidades.
A Gandolfini más que el personaje lo que le quedaba bien era la barriga, el boxer y la bata. Lo que Gandolfini aplica con Tony es una filosofía de vida cada vez más en desuso y que, sin embargo, supone el lujo más elevado: poder situarse uno socialmente y sin embargo no renunciar al quinqui. Tony Soprano en tanto que gangster es un quinqui. Un quinqui que pudiendo vestir un armani y comportarse como un caballero sale en guayabera y corre por la calle para apalizar a un señor es una forma depuradísima de quinqui: un sofisticado, casi un pijo en su esplendor barriobajero. De alguna manera Soprano representa una clase social excesiva: la que no arruina sus principios extravagantes ni se deja embaucar por la burguesía que lo agasaja hipócritamente como representante exangüe de una raza en decadencia; quieren saber los señoritos, jugando al golf, si su vida la escribió Mario Puzo.
Soprano sabe que la fiesta siempre está abajo, en las pensioncillas con rusas, en los casinos, en las timbas en pisos ahumados, en la comida rápida y las cucharadas al helado, en borracheras de amigos que acaban a puñetazos, en las rayas coquetas con la novia de su primo, en el amor irracional a los animales y el desprecio indiscriminado a los hombres. Abjura de la impostura, porque oficialmente es un basurero y popularmente un mafioso que se ve obligado a reconocer su condición entre dientes a su hija mientras ella, cándida, le dice que le gustaría que fuese como el señor Scangarelo, "el directivo de una tabacalera". Podría querer ser otra cosa como el desgraciado Tony Montana que interrumpe a gritos una cena en un restaurante de lujo para decir, impotente, que todos están tan pringados como él. Que al poner a Christopher Moltisanti como hombre de negocios en una agencia para vender a ancianos incautos acciones infladas con el objeto de estafarlos no está sino adelantando perversamente el escándalo de las preferentes. Y sin embargo renuncia a disquisiciones morales y a gestar una pantalla social que lo presente siquiera como benefactor, no digamos ya con respetabilidad cristiana como demandaba, patilla de gafas mediante, Michael Corleone. La vida de Tony Soprano como metáfora de la mujer ideal de Montanelli: "Alta, flaca, vestida de terciopelo negro, con un largo, blanquísimo cuello de cisne. Los ojos azules. Los cabellos de oro. Infinitamente dulce, aérea, alegre. ¡Ah, si encontrase una criatura semejante...! Cada noche la acompañaría a su cuarto, la desnudaría y la metería en el lecho cubriéndolo de rosas. Y correría al burdel en busca de una puta gorda, desinhibida y vulgar".
Vi la última temporada de Los Soprano velando a mi hijo enfermo en un hospital. Todas las noches, a las doce en punto, me sentaba en una silla al lado de su cuna, justo detrás del monitor cardíaco, para ver episodios hasta que amanecía y mi mujer me relevaba. Acompasé la decadencia continua de la familia Soprano y el reguero de cadáveres que dejaba a su paso (Tony siempre mató mejor a los suyos) a los pitidos de la máquina cuando el bebé se agitaba. El trastorno de aquella doble vida me obligaba a comer bollería toda la noche para poder pasearme por los pasillos con la barriga hinchada y la bata abierta buscando en el suelo un periódico que nunca aparecía, porque de algún modo, como periodista, sabía que el verdadero acto antisistema y subversivo de Tony Soprano era estar suscrito a un diario de papel, si bien dejó de recogerlo hace diez años; el final, abierto, tampoco nos dejó claro qué ocurría con el futuro de la prensa. Sólo cuando acabé la serie nos dieron el alta; ni una noche más. Como quiera que veía cierta lógica mafiosa empecé a pensar si no estaría yo volviéndome loco como Tony en su habitación, encerrado, creyéndose ligando en un jardín con Maria Grazia Cucinotta.
Meses más tarde, repasando la serie como si fuesen apuntes de Derecho Natural, supe que una de las lecciones fundamentales de 'Los Soprano' sobreviene cuando en una fiesta Pussy Bonpensiero se encierra en el cuarto de baño y decide seguir adelante con su traición y entregarse al FBI. Él, dentro de la casa, en apenas unos metros cuadrados, sale fuera de la familia y cava su muerte; sentado en las escalinatas del exterior, atormentado, Moltisanti decide continuar dentro y cavar la suya. En las grandes obras de la mafia todo el mundo, tarde o temprano, termina con una pala en el desierto haciéndose un agujero a medida.
James Gandolfini era actor. Murió a los 51 años comiendo langostinos fritos con mayonesa y salsa chile acompañados de ron, cerveza y piña colada en Roma antes de dirigirse a Sicilia. Atiborrado y espléndido, joven y magnífico, convertido en mito de la cultura popular, murió de un ataque al corazón tras cenar como un Soprano. Las deconstrucciones y emulsiones no dejan cadáveres, por eso algunos, aunque las disfrutemos, sospechamos de ellas.
Manuel Jabois / El Mundo

0 La portada del día 23/06/2013: Correio braziliense (Brasil)


sábado, 22 de junio de 2013

0 Giving life (1989)


Ron Olshwanger
St. Louis Post-Dispatch

0 El perdido orgullo de ser tertuliano en Madrid

Muchos hacen del café una sucursal de su casa, advertía el humanista Ángel Fernández de los Ríos a mediados del siglo XIX, cuando podemos datar el estallido de la edad de oro del café literario español. Y como español, madrileño, rompeolas de todas las etcétera. “En Madrid, en España, a Dios gracias, cuando buscamos a un hombre de negocios no solemos saber dónde tiene la oficina ni nos importa demasiado, pero sabemos a qué café va y, con eso, nos basta, porque allí lo veremos inmediatamente y nos recibirá con la cordialidad humana que se tiene en los sitios donde se bebe y se come y no tendremos que esperar en una salita donde no hay más que revistas de esas que nadie ha leído nunca”. He aquí la respuesta que en los años del crack del 29 daba Edgar Neville a esa indignación tan oída que hasta nosotros mismos incurrimos en ella:
-¡Y luego dicen que hay crisis! ¡Mira cómo están las terrazas de Madrid!
Eso es no entender que los españoles empiezan a  solucionar la crisis yéndose de cañas, porque a ningún español se le puede ocurrir un negocio viable metido en una oficina como hacen los americanos, que por eso sufren esa crisis atroz que les persuade de tirarse por las ventanas, se dice Neville. El café acoge por tanto el justo medio entre la intimidad de la casa y la arrogancia de la oficina del español, sea este viajante de comercio o letraherido con ambiciones. Porque luego, en el café, cada cual se comporta como lo que es y aquí nos interesa el comportamiento literario en esas tertulias madrileñas que según Valle-Inclán ejercieron más influencia en la literatura y en el arte contemporáneo que dos o tres universidades y academias. Y a cualquiera que haya llegado a la vida con tiempo suficiente para vivir y discutir en la cafetería de la facultad –más que en el aula misma- antes de la venida de las redes sociales, no le parecerá esperpéntica la afirmación.
En puridad, la afirmación de Valle se circunscribía al Café de Levante, que conoció en Madrid tres ubicaciones distintas: Alcalá, Puerta del Sol y Arenal. Durante cerca de un siglo puso en conocimiento a escritores consagrados con plumillas anhelantes, a militares achispados con feminerío del cuplé: “En el Café de Levante, entre palmas y alegrías, cantaba la zarzamora…” Y pegaba en este punto un volantazo Lola Flores. Sin embargo, el autor de Luces de Bohemia era asiduo más bien a la tertulia de El Gato Negro, fiel a los nuevos aires afectadetes de los modernistas, en donde la voz cantante la llevaba otro dramaturgo no menos atildadín: Jacinto Benavente. Era un antro de techo bajo y mal iluminado aunque ancho de divanes cuyo máximo atractivo residía en la pared postiza que comunicaba el café con la escena del Teatro de la Comedia a cuyo costado se adosaba el local, en mitad de la calle del Príncipe. Tertulia y espectáculo: dos por uno, más el coloquio posterior con Benavente. A Ramón, en cambio, aquello le parecía una ermita para amateurs del esteticismo: “Fue un café banal desde el principio con sus gatos de bazar. Era un remedo incongruente del célebre Gato Negro parisiense”. Hoy, oh Cronos inclemente, no queda más rastro de las rubenianas veladas gatunas que una tienda de ropa y complementos que se publicita como “exótica”.
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Jorge Bustos / Jot Down

0 La portada del día 22/06/2013: El Mundo (España)


viernes, 21 de junio de 2013

0 Mi mejor verano


“¿Mi mejor verano? Sin duda, uno que todavía no he vivido” Philip Roth

0 A los 49 de Paloma


Paloma tal y como la veía su sobrina hace 7 años

Paloma, con la edad de su sobrina hace 7 años

Paloma a la misma edad que ahora gasta su sobrina

Para tranquilidad de las madres, lo que indicó Camba:

“No tema usted madre, que es tan grande este barco como desde la punta del Cabo hasta el Montiño. Ya comprenderá usted que en un barco así no hay posibilidad de marearse”.

0 Carta a un hermano caído


Fidel, hoy te escribo con la profunda convicción de que estás en la Casa del Padre, con la serena y eterna alegría, en compañía de nuestros padres, de tu hijo Fidel, que prematuramente fue en tu busca, y de todas aquellas personas justas y buenas que han experimentado la misericordia de Dios, que nuestros padres nos contaron y trasmitieron con su ejemplo.
Pero también te escribo con la profunda tristeza de ver que aquel criminal atentado quedará impune, porque 20 años no son nada excepto para los asesinos que se beneficiarán de la prescripción. Triste es que no se haya investigado ni detenido a vuestros asesinos.Roma sí paga traidores.
Te escribo desde la profunda tristeza de ver cómo algunos obispos y muchos sacerdotes creen en el nacionalismo y muy poco o nada en Dios. Sobre ellos cae hoy la sangre de los inocentes.
Te escribo desde la impotencia al ver la impunidad de los asesinos y los homenajes de que son objeto, sin que el Gobierno de Rajoy haga el más mínimo esfuerzo por investigar y detener a vuestros asesinos, evitar el enaltecimiento del terrorismo e impedir que sigan en el poder.
Esto sea quizás lo que más me duele, Fidel, porque veo que, hoy, en España, cuanto mayor es el crimen y la injusticia, mayor es la probabilidad de que quede impere la impunidad. Por el contrario, hermano, a aquellos que hicisteis de vuestra vida entrega, servicio y sacrificio por todos los españoles quieren enterraros en la fosa del olvido, echando sobre vuestras tumbas paladas de mentiras.
El mero recuerdo de vuestras vidas, el explicar por qué fuisteis asesinados, y que los que os asesinaron tienen hoy el poder político en casi el 50% de los municipios vascos, es entendido por nuestro Gobierno del PP como un obstáculo para la paz. Como si lo justo y lo honrado no tuvieran cabida en la sociedad que quieren construir.
Y esto es quizás lo más peligroso, Fidel, porque vuestro ejemplo y vuestra vida molestan, porque los principios que convertisteis en virtudes no son la base en la que se quiere fundar la sociedad. Hoy, nuestro Gobierno no piensa en la justicia como norma de actuación, su compromiso es solo con su propio interés.
Te escribo también con el convencimiento, que compartías, de queen España hay una gente formidable, excepcional. Siempre recuerdo cómo hablabas de tus caballeros legionarios paracaidistas, cómo veías en ellos esa nobleza y capacidad de sacrificio del pueblo llano; que salen siempre que se les ofrece algo grande y generoso por lo que dar la vida y ven que el capitán va delante de la compañía, juntos en el sacrificio, a cumplir el objetivo.
Siempre estuvisteis dispuestos, tú, tus compañeros y paracas, a asumir cualquier tipo de sacrificio por el bienestar de todos los españoles, sin diferencias y sin cálculos. Pero hoy, Fidel, el sucio y egoísta interés propio, la avaricia, la mentira y la cobardía dictan las decisiones del Gobierno y de la mayor parte de los políticos. Ellos no entienden que están para servir, ellos entienden el poder como privilegio, unos para enriquecerse, otros para envanecerse, muchos para ambas cosas. Muy pocos políticos entienden el poder como un instrumento para servir a los españoles, y esa escasa minoría de políticos honrados son perseguidos igual que vuestro ejemplo, porque vuestra mera presencia es una denuncia de su comportamiento vil, disfrazado de "ansias infinitas de paz"; como si la paz se pudiera construir desde la injusticia.
En el 20 aniversario de vuestro asesinato, es el poder de la ingratitud el que nos gobierna, Fidel. Se quiere os desterrar porque sois ejemplo de que otra España es posible. Otra España mejor. Pero tú, Fidel, que hoy gozas de la Esperanza hecha Vida, intercede por nosotros, para que nuestro empeño en construir una España unida, diversa, justa nunca ceda a la desesperanza, al escepticismo. Para que hagamos vida ese lema que viviste y me hiciste aprender de niño: "Sobre nosotros, Dios; con nosotros, la victoria; en nosotros, el honor. Vencer o morir". Siempre fieles, hermano. Siempre fieles.


Nota: El hermano del autor, Fidel Dávila, y otros seis militares fueron asesinados por la banda terrorista ETA el 21 de junio de 1993 en la madrileña glorieta de López de Hoyos. En el atentado, perpetrado con coche bomba, resultaron heridas otras veinte personas.

Juán de Dios Dávila
Libertad Digital

0 La portada del día 21/06/2013: La gaceta de los negocios (España)


jueves, 20 de junio de 2013

0 Cómo romper un micro

El sentido teatral concede importancia incluso al modo de bajar el micrófono después de las intervenciones, que tal vez se ensaye delante de un espejo. Rubalcaba, por ejemplo, suele ser delicado, lo recuesta como si temiera que le fueran a cobrar las averías, como si tuviera una percepción especial, solidaria, de la fatiga de los materiales. Pero la costumbre es bajarlo con determinación de zapatazo de Kruschev, como si el micrófono fuera el punto de exclamación que remacha la trascendencia de lo dicho y la ira de quien lo dice. El ademán ha de tener luego continuidad en la forma de sentarse, aun a riesgo de desestabilizar el asiento y de acabar en el regazo del vecino.

Soraya Rodríguez dio ayer a la bajada del micrófono un matiz como de película de Jackie Chan. Lo abatió con un golpe de kárate que no admitía dudas acerca de lo indignada que estaba, y que en realidad no hacía sino prolongar el histrionismo que ya ha consagrado como estilo personal: esos barridos que hace con el dedo índice castigador que algún día dejarán tuerta a una taquígrafa, esos aspavientos a los que hace temibles la asimetría picassiana de su cólera. Es cierto que lo que acababa de manifestar sólo podía decirse así: que, detrás de las reformas de la educación y la gestión de las becas, hay una aviesa conjura del PP para que no haya «igualdad de oportunidades» y sólo los niños de la derecha puedan ir al colegio y así terminen dominando el mundo. Levantándose como si se fuera a arremangar igual que Bud Spencer, la vicepresidenta le respondió que las becas están vinculadas a la idea del mérito y la capacidad, «valores que son ajenos» a su formación política, pero evitó pronunciarse sobre la pulla de Bárcenas y los sobresueldos que la portavoz socialista también le envió. En este sentido, Sáenz de Santamaría hizo lo que suele: esquivar un problema que pertenece a la jurisdicción del partido, no a la de Moncloa, y por el que ella no va a sacrificar un ápice de credibilidad personal.

Con todo, en el parlamento hay calma chicha. Rajoy ha logrado taparlo con una manta ignífuga, al crear la expectativa del entendimiento ante la emergencia nacional. Las voluntades de pacto tienen neutralizado a Rubalcaba, quien, con tal de no incordiar, terminará preguntando al presidente cuál es su color favorito. Incluso Rosa Díez estuvo más desapasionada de lo habitual cuando exigió medidas contra la pobreza infantil, que Rajoy, pese a anunciar la inversión en ayudas del 0’7, contextualizó en el problema general del desempleo. La última esperanza morbosa fue la comparecencia de Montoro, que atribuyó el esperpento de la Infanta a la multiplicación de un error inaudito. O sea, que aventó una incertidumbre que desde ahora concernirá a todos los ciudadanos sobre la falibilidad de la Agencia Tributaria.

David Gistau
ABC

0 El verdadero final de Los Soprano




Es posible que ningún final de ninguna serie haya agradado tanto y creado tanto negro sobre blanco como lo hizo el final de Los Soprano. Los elementos de la cena final son de una exquisita brillantez y conforman un cóctel shaken, not stirren. La atmósfera de tensión es creada por la canción "Don´t stop believing" de Journey en la que habla de la vida nocturna y de tirar los dados. Una vez más.

Después está el bar y la mesa de Tony, entre boy-scouts y afroamericanos de espaldas a un cuarto de baño tras estar la mesa del fondo ocupada. Y la pieza clave del asunto: el misterioso hombre que entra al servicio recordando a El Padrino y esa pistola proveniente del cubo de la basura cerca de un retrete para acabar con una mirada, una campana y un fondo eterno en oscuro porque "recuerda que las balas no las verás venir y después será todo negro".

Hoy la vida dice adiós a James Gandolfini con lo que muere también por ende Tony Soprano. A fin de cuentas, nadie se atrevería a hacer un spin-off de la mejor serie de la historia, pero sería muy difícil que ningún actor aceptase -y por supuesto consumase- una interpretación como la de Gandolfini con Soprano. Es Tony un hombre de carácter fuerte y sensible pero a la vez un tarugo que se derrumba ante el personaje femenino con más fuerza televisiva jamás creado: Jennifer Melfi. Hoy se derrumba la vida de Gandolfini, una manera más real de tirar los dados para siempre. Al fin y al cabo, este es el verdadero final de Los Soprano.

Darío Novo

domingo, 2 de junio de 2013

0 Cerrado por exámenes

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