viernes, 24 de febrero de 2012

0 Entrevista de Alerta Digital a Jaume Ferrer, el soldado catalán que custodió a Tejero en Figueras (y II)

Durante las conversaciones que mantuve con él lo primero que se percibía era que se trataba de una persona bastante creyente. Era un católico muy practicante. Tal vez por esta razón entablamos una relación como de padre a hijo. Hablábamos de teología, de filosofía, le entusiasmaba la figura de San Agustín, de los místicos españoles (llegó a recitarme poemas completos de Santa Teresa de Ávila). Solía decirme que sirviera siempre con honor y con lealtad a mi país, que las ideas se extinguen pero la moral natural permanece. Que amase siempre a Cataluña y a su madre España.
Nunca le oí hablar mal de nadie, ni siquiera de los políticos. Decía que cada hombre era dueño de sus actos y que era ante Dios cuando esos actos se demostrarían acertados o no. Hablaba mucho de la importancia de la familia. Se notaba lo orgulloso que estaba de la suya.
Confieso que sentí un afecto muy intenso hacia aquel hombre tierno y sensible, bueno, honrado y leal a su patria. Pocos días antes de que mi servicio militar tocara a su fin, el teniente coronel me regaló una medalla con la imagen de una Virgen. No encuentro palabras para explicar lo que sentí en ese momento. Un militar de los pies a la cabeza, firme como el uniforme que había vestido, regalándome a mí, un humilde soldado, una medalla de la Virgen, la misma que llevaba el 23 de febrero. Se agolpan los sentimientos al recordar ese momento, sin duda uno de los más especiales de toda mi vida.
Cada mañana, don Antonio Tejero realizaba una lista con las cosas que necesitaba, básicamente para su manutención, y la entregaba al soldado encargado de las compras en la ciudad de Figueres para el abastecimiento del penal. Siempre solía incluir en la lista cosas que nos gustaban a los soldados que pasábamos más tiempo con él. Nos invitaba a comer con bastante frecuencia. Le encantaba preparar él mismo la comida. Demostraba ser la típica persona a la que le gustaba compartirlo todo con los demás. A la hora de comer solía ser siempre el último en empezar. Nunca comía si antes no lo habían hecho sus soldados, como nos decía con afecto. Comprendo por qué ese hombre había sido tan idolatrado por todos los guardias civiles que tuvo a sus órdenes.
Los mandos militares del Castillo tenían también muy buena relación con don Antonio Tejero. Se contó que, en una ocasión, el coronel del penal fue sancionado tras ser acusado de otorgarle demasiados privilegios al teniente coronel Tejero. Seguramente, la denuncia procedería de algún militar reconvertido en progre e incapaz de soportar la admiración que todos profesábamos al teniente coronel; una admiración bien ganada por él y que hizo inevitable que se eliminaran las barreras entre preso y ‘carceleros’.
Pese a su carácter entrañable con todos nosotros, don Antonio no olvidó nunca su condición de militar disciplinado, con un alto sentido del deber y con un profundísimo amor a España.
Fueron muchos los familiares y amigos que acudían casi a diario a visitarlo. En este sentido nunca llegó a sentirse solo.
Pasados ya muchos años de aquella experiencia que me marcaría para siempre, puedo decir que estoy muy orgulloso de aquel periodo de mi vida. En una de nuestras conversaciones, me pidió don Antonio que fuese siempre un buen padre y que amase a mi futura mujer y la respetase tanto como a mí mismo. Si don Antonio me está leyendo, me gustaría que supiera que he intentado cumplir con ese consejo todos los días de mi vida. Estoy orgulloso de mi familia y he intentado transmitirle todos esos valores que percibí a través de su ejemplo diario.
Don Antonio, no sé si tendré la oportunidad de volverle a ver. Nada me haría más feliz que poderle abrazar como se abraza a un padre. Pero quiero que sepa que hoy me siento más orgulloso que nunca de haberme sentido su amigo, pese a las circunstancias y a las distancias entre nosotros. Nunca dejé de considerarle un hombre de bien, un patriota intachable…
Visto cómo han evolucionado las cosas, vista cómo está España y lo difícil que nos resulta expresar nuestro españolismo en la Cataluña profunda donde vivo, comprendo que los valores morales de personas como usted nos hubiesen hecho más falta todos estos años que las mentiras sobre las que se ha ido edificando el edificio partitocrático reducido hoy a escombros. Por todo ello y con el debido respeto, me permito la libertad de cuadrarme ante usted y enviarle el recuerdo agradecido de todos los míos. Esté donde esté, gracias”.
Luis F.V.

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