sábado, 12 de enero de 2013

0 Holocausto en el Campamento 22 (Corea del Norte)


Responsabilidad colectiva. La primera vez que escuché el término fue hace más de una década en boca de un refugiado norcoreano. Explica la política del régimen de Pyongyang de extender el delito de subversión a toda la familia del acusado e incluso a sus vecinos. El razonamiento es simple: el opositor ha contaminado ideológicamente a su entorno, cuyos miembros deben responder por no haber prevenido las grietas en el sistema de pensamiento único. Hasta tres generaciones de una misma familia -abuelos, padres e hijos-, cuando no los residentes de un bloque entero, son enviados juntos a prisión.

No hay, sin embargo, contradicciones ni fisuras en los relatos. Sorprende en cambio la similitud y concreción de los detalles, a pesar de ser ofrecidos por personas que no se conocían entre ellas, procedían de partes diferentes de Corea del Norte y habían estado en diferentes prisiones. Entonces empiezas a pensar que es posible: que en pleno siglo XXI, el de la información y la tecnología, Pyongyang esté llevando a cabo una masiva limpieza ideológica y logrando, además, que pase desapercibida para el resto del mundo.Los exiliados norcoreanos llevan años describiendo la aplicación de la Responsabilidad colectiva,ejecuciones en grupo, abortos forzados de fetos que también se consideraban genéticamente contaminados, ensayos de armas químicas en presos o la existencia de campos de concentración con decenas de miles de presos políticos. La reacción inicial al escucharlos suele ser la misma con la que se recibieron las primeras noticias sobre Auschwitz. Debe haber un error. Exageran. Nadie sería capaz...

'Zonas de Control Total'

Esta semana se han hecho públicas fotografías por satélite que confirman y ofrecen nuevos detalles sobre los campamentos de concentración norcoreanos, conocidos como "Zonas de Control Total". La claridad de las imágenes ha permitido, junto a la información de funcionarios que trabajaron en ellos, identificar el lugar exacto donde se encuentran los centros, incluido uno situado en la norteña región de Hoeryong. Es el C-22, denunciado desde hace décadas y donde las organizaciones de Derechos Humanos calculan que podría haber encerradas hasta 50.000 personas.
Kwon Hyok trabajó como administrador en el C-22 antes de abandonar su puesto y cruzar la frontera, pidiendo asilo en Corea del Sur. Su voz es especialmente valiosa porque no viene del legítimo resentimiento de la víctima, sino del arrepentimiento del verdugo. Kwon asegura haber participado en pruebas que incluían el gaseado de presos para comprobar los efectos de las armas químicas del régimen. "No sentía nada", ha confesado al describir la pasividad con la que vivió las ejecuciones. "Me habían convencido de que eran los enemigos del Estado y debía aplastarlos".
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Zona de viviendas del campo 22 detectada por el activista Joshua Stanton. | freekorea.us
La indiferencia con la que el mundo suele recibir declaraciones como las de Kwon, pruebas materiales como las últimas imágenes de Google Earth o los testimonios de los supervivientes demuestran la facilidad con la que se olvidan las lecciones del pasado, en el caso de que hubieran sido aprendidas en primer lugar. Toda esa evidencia indica que los norcoreanos están padeciendo purgas similares a las que vivió la Unión Soviética de Stalin o la China maoísta de la Revolución Cultural (1966-1976). Y todo, sin que ocupe apenas la atención en foros internacionales o medios de comunicación.
El silencio se explica en parte por el aislamiento del último Estado estalinista del mundo y las dificultades de acceso de la prensa. Pero hay otras razones: Corea del Norte mantiene intimidada a la comunidad internacional con sus armas nucleares, la creciente capacidad de sus misiles de largo alcance y un calculado comportamiento errático con el que envía el mensaje de que sus acciones son impredecibles. Es el matón del patio del colegio, al que todos rehúyen. La política de apaciguamiento de surcoreanos, japoneses, europeos y estadounidenses ha sido interpretada por Pyongyang como una señal de que nada de lo que haga tendrá consecuencias, empezando por el maltrato de su pueblo.
Los gulags norcoreanos fueron creados en los años 70 por el fundador de la patria y Presidente Eterno Kim Il-sung, ampliados por su hijo Kim Jong-il y mantenidos estos días por el tercero de la dinastía, Kim Jung-un. El joven Kim, de quien se cree que no ha cumplido los 30, en el poder desde hace un año, es la esperanza reformista de Occidente, a pesar de que mantiene invariable el sistema totalitario de sus antecesores.
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El líder norcoreano Kim Jong-un durante su discurso de Año Nuevo. | Reuters-KCNA
El país sigue siendo una inmensa cárcel para sus 23 millones de habitantes. Altavoces repartidos en cada calle, plaza y edificio despiertan a la población con loas al líder. Todos los ciudadanos llevan un pin con la imagen de uno de los tres Kim. El gulag espera no solo a quienes critican al régimen, sino a los que no le muestran suficiente devoción. Corea del Norte es, de lejos, el lugar menos libre y políticamente más reprimido del mundo.

Nacer y crecer en el campo de concentraciónPero hasta los dirigentes norcoreanos saben que ni siquiera la propaganda o el aislamiento pueden garantizar la supervivencia de una dictadura. Todas, tarde o temprano, terminan cayendo. De ahí medidas como la Responsabilidad colectiva. La política del castigo general anula incluso a los disidentes que podrían mostrar mayor coraje, los que están dispuestos a pasar largas temporadas en la cárcel o a arriesgar la vida. Las consecuencias de sus actos serán pagadas por su pareja, sus hijos, sus padres e incluso amigos. Los brotes de rebeldía son así cortados de raíz, extendiendo un sistema de espionaje comunitario en el que todo el mundo espía a todo el mundo. Nadie se fía de nadie. Y la más mínima sospecha es denunciada, porque no hacerlo podría suponer el fin propio.

El resultado es que la mayor parte de las cerca de 200.000 personas que están encerradas en los campos norcoreanos, según fuentes de la disidencia, probablemente nunca se opusieron al régimen. Han sido condenas por si acaso. Algunos, como Shin Dong Hyuk, ni siquiera llegaron a entrar en el campamento. Nacieron en él como consecuencia de la política de Responsabilidad colectiva.

Shin Dong Hyuk logró escapar a Corea del Sur en 2005. Las cicatrices de su paso por el Campamento 14 siguen siendo visibles: la amputación de un dedo por tirar accidentalmente una máquina de coser al suelo, quemaduras en la espalda por las torturas recibidas desde que tenía 13 años y las heridas que se produjo en las piernas al saltar la verja electrificada de la prisión durante su huida. "Nunca me había planteado escapar porque no pensé que pudiera existir otra vida más allá. Un recluso empezó a contarme cómo era todo fuera y juntos decidimos intentarlo", recuerda Shin, cuyo relato se recoge en su libro autobiográfico 'Escapada al mundo exterior'. Para él, como para cientos de supervivientes de los campos de concentración norcoreanos, la pregunta es cuándo empezará el mundo a creer su historia.El padre de Shin fue condenado a cadena perpetua como responsable subsidiario de la huida del país de sus dos hermanos en 1965. Años de buen comportamiento le valieron un permiso especial para contraer matrimonio con una reclusa y Shin fue el resultado de esa relación. El joven pasó los 22 primeros años de su vida en el Campamento 14, situado en Kaechon, donde asistió ala ejecución de su madre y de uno de sus hermanos y vio como torturaban a su padre hasta dejarlo permanentemente lisiado.

David Jiménez
El Mundo

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