A alguien le he leído, quizá a Michael Ignatieff, que el nacionalismo es un discurso que grita no para ser escuchado, sino para convencerse a sí mismo. Como si el continuo crescendo de sus voces estuviera en relación directa con la íntima conciencia de que todo es mentira. Empezando por las groseras distorsiones de la historia. Continuando por las burdas caricaturas morales del enemigo imaginado y sus agravios ficticios. Y acabando por la obsesiva, permanente distorsión de cualquier evidencia estadística, ese interminable rosario de peregrinos expolios coloniales. Al respecto, que nuestros pobres nacionalistas quieran autosugestionarse con sus cuentos no deja de ser normal. Asunto bien distinto es que fantasías inverosímiles, como ésa del millón y medio de manifestantes, obtengan crédito en la prensa que se dice seria.
¿En qué cabeza de chorlito cabe que la totalidad de la población censada en Barcelona –1,6 millones de almas– podría reunirse en apenas un tramo de una de sus calles, la Vía Layetana? Y es que, como muy mucho, la procesión secesionista del martes congregaría a unos doscientos mil creyentes en la causa. El resto, la mayoría silente de los paganos, nos fuimos a la playa. Como siempre sucede cada once de septiembre, por cierto. Aunque también allí nos llegaría el eco de ese maragalliano "Escolta, Espanya!" que tanto rememora a Espriu (no a José, el jefe de la Falange barcelonesa durante la posguerra, sino a su hermano Salvador, el de Sefarad). Escuchamos, pues. Escuchamos con suma atención. Pero lo único que pudimos oír fueron voces y más voces reclamando la independencia.
Nadie allí vindicó pacto fiscal alguno. Absolutamente nadie. Así las cosas, cualquier claudicación del Gobierno en materia financiera sería mucho peor que un crimen –de lesa Constitución–, sería un error. Si lo que en verdad ansían es la independencia, adelante con los faroles. Quieren deshacer España, pero de momento lo único que han roto es la tradición transversal del movimiento catalanista. Una trayectoria unitaria que se remontaba a hace más de un siglo, cuando Cambó alumbró la Solidaritat. Porque no se puede ni soñar con la independencia sin la mitad de Cataluña. Y el PSC es la mitad de Cataluña. He ahí su fracaso, el que ahora quieren ocultar tras una foto de una estelada.
José García Domínguez / Libertad Digital
0 comentarios:
Publicar un comentario