Entonces ahí nos dijimos "Este viejo tiene
que estar en el Monumental contra Ñubel. No puede ser de otra forma. Tiene que
estar".
Claro, dijimos, seguro que va a estar, si es
fana de Central, canalla a muerte. Pero nos agarró como la duda ¿viste? porque
nosotros no era que lo veíamos todos los días al viejo, te digo más, desde que
el Cabezón se había ido al norte a laburar, al viejo de él no lo habíamos
vuelto a ver ni en la cancha, ni en la calle ni en ninguna parte. Además, el
viejo ya estaba bastante veterano porque debía tener como ochenta pirulos por
ese entonces. Bah, en realidad ochenta no, pero sus sesenta, sesenta y cinco
años los tenía por debajo de las patas.
Entonces, con el Valija, el Colorado y el
Miguelito decimos "vamos a la casa del viejo a asegurarnos que va y si no
va lo llevamos atado". Porque también podía ser que el viejo no fuera
porque no tuviera guita, qué sé yo. Nosotros ya habíamos pensado en hacer una
rifa a beneficio, una kermesse, cualquier cosa. El viejo tenía que ir, era una
bandera, un cheque al portador.
La cuestión es que vamos a la casa y... ¿a qué
no sabés con lo que nos sale el viejo? Que andaba mal del bobo y que el médico
le había prohibido terminantemente ir a la cancha, mirá vos. Nos sale con eso.
Que no. Que había tenido un infarto en no sé qué partido, en un partido de
mierda después que una pelota pegó en un palo, que había estado muerto como
media hora y lo habían salvado entre los indios con respiración artificial y
masajes en el cuore, que no había clavado la guampa de puro pedo y que le había
quedado tal cagazo que no había vuelto a ir a la cancha desde hacía ya, mirá lo
que te digo, dos años.
¡Hacía dos años que no iba a la cancha el viejo
ese! Y no era solo que él no quería ir sino que el médico y, por supuesto, la
familia, le tenían terminantemente prohibido ir, lógicamente. No sé si no le
prohibían incluso escuchar los partidos por radio, no sé si no se lo prohibían,
para que no le pateara el bobo, porque parece que el viejo escuchaba un pedo
demasiado fuerte y se moría, tan jodido andaba. Vos le hacías ¡Uh! en la cara y
el viejo partía. ¡Para qué! Te imaginás nosotros, la desesperación, porque eso
era como un presagio, un anuncio del infierno, hermano, era un preanuncio de
que nos iban a hacer cagar en Buenos Aires, mi viejo. Entonces empezamos a
tratar de hacerle la croqueta al viejo, a convencerlo, a decirle "Pero
mire, don Casale, usted tiene que estar, es una cita de honor. ¡Qué va a estar
mal usted del cuore, si se lo ve cero kilómetro! Vamos, don Casale —me acuerdo
que lo jodía Miguelito—, ¿cuántos polvos se echa por día? Usted está hecho un
toro". Pero el viejo, ni mierda, en la suya. Que no y que no.
Roberto Fontanarrosa
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