Entonces, el Rulo, con los monos arriba y
nosotros, tenía que estar con el ómnibus preparado, el motor en marcha, por
España, estacionado. Y el Miguelito se ponía de guardia, tomando un café, justo
en un boliche de ahí cerca desde donde veían la puerta de la casa del viejo
Casale. Creo que a las cinco, nomás, de la matina, ya estaba el Miguelito
apostado en el boliche haciéndose el boludo y junando para la casa del viejo.
Te juro que ni los tupamaros hubieran hecho un operativo como ese, hermano. Fue
una maravilla.
Apenas vio que salía el viejo con una canastita
donde seguro se llevaba algún matambre casero, algo de eso, el pobre viejo, el
Miguelito cazó una Vespa que tenía en ese entonces, dio la vuelta a la manzana
y nos avisó. Cargó la moto en el ómnibus, en la parte de atrás, detrás de los
últimos asientos y nos pusimos en marcha.
Ya les habíamos dicho a tres o cuatro pendejos,
de esos quilomberos de la barra, que se hicieran bien los sotas, que no dijeran
ni media palabra y se hicieran los que apoliyaban. Nosotros también, para que
no nos reconociera el viejo, estábamos en los asientos traseros, haciéndonos
los dormidos, incluso con la cara tapada con algún pulóver, como si nos jodiera
la luz, o con algún piloto.
Te digo que el día había amanecido frío y
lluvioso, como la otra fecha patria, el 25 de mayo. Además, el quilombo había
sido guardar y esconder todas las banderas, las cornetas, las bolsas con
papelitos, los termos, todo eso. Uno de los muchachos llevaba una bandera de la
gran puta que medía 52 metros; ¡52 metros, loco! Media cuadra de bandera que
decía "Empalme Graneros presente" y tuvimos que meterla debajo de un
asiento para que el viejardo no la vichara.
La cosa es que el viejo subió medio dormido y se
sentó en uno de los asientos de adelante que ya habíamos dejado libre a
propósito para que no viera mucho del ómnibus. Rulo le cobró boleto y todo. Y
nadie se hablaba como si no nos conociéramos. Y como el ómnibus iba haciendo el
recorrido normal, el viejo iba lo más piola, mirando por la ventanilla. La
cuestión es que llegamos a Villa Diego y el viejo, tranquilo. Cada tanto,
cuando nos pasaba algún auto con banderas en el techo, tocando bocina, el viejo
miraba a los que tenía cerca y movía la cabeza como diciendo "¡Mirá
vos!".
Roberto Fontanarrosa
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