A buenas horas, malditos. Llevo décadas blasfemando en arameo, desesperado, buscando corbatas estrechas como Dios manda, jurando a los doctrinales cada vez que entraba en una tienda engañado por un escaparate y salía con las manos vacías. Media vida arreglándomelas a mi aire, gracias a los amigos y a las reservas de antaño, echando espumarajos cada vez que me topaba con uno de esos baberos fosforito o multicolor de nudo grueso que políticos y presidentes de clubs de fútbol -siempre confundo a unos con otros, debido a su pulcra sintaxis-, pusieron de moda a base de telediarios. Todo ese tiempo, oigan, ciscándome en los diseñadores y fabricantes de corbatas. Y ahora, después de tantos años obsesionado hasta la psicopatía por encontrar corbatas idóneas, tras explorar, inasequible al desaliento, ciudades y países abalanzándome sobre toda corbata estrecha que veía, y de alzarme con ella soltando escalofriantes carcajadas propias del profesor Moriarty, resulta que vuelven las corbatas estrechas. Así, tal cual. Por la cara. Que la serie Mad Men y algunas otras tendencias retro por el estilo han decidido a los diseñadores de moda, mal rayo los parta por el eje, a estrechar corbatas. Pero a buenas horas, digo yo. Tengo sesenta y un tacos de calendario, y a estas alturas de guardarropa me pilláis con el armario lleno. Ni una me cabe ya. Cacho cabrones.
Arturo Pérez-Reverte
XL Semanal
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