Porque si llegábamos a perder, mamita querida,
nos teníamos que ir de la ciudad, mi viejo, nos teníamos que refugiar en el
extranjero, te juro, no podíamos volver nunca más acá. Íbamos a parecer esos
refugiados camboyanos que se tomaron el piro en una balsa. Te juro que si
perdíamos nosotros agarrábamos el Ciudad de Rosario y por acá, por el Paraná,
nos teníamos que ir todos, millones de canallas, no sé, a Diamante, a Perú, a
Cuzco, a la concha de su madre, pero acá no se iba a poder vivir nunca más con
la cargada de los leprosos putos, mi viejo. Ya el Miguelito había dicho bien
claro que él se la daba, que si perdíamos agarraba un bufo y se volaba la
sabiola y te digo que el Miguelito es capaz de eso y mucho más porque es loco
el Miguelito, así que había que creerle. O hacerse puto, no sé quién había
comentado la posibilidad de hacerse trolo y a otra cosa mariposa, darle a las
plumas y salir vestido de loca por Pellegrini y no volver nunca más a la casa.
Pero, te digo, nadie quería ni siquiera sentir hablar de esa posibilidad. Ni se
nombraba la palabra "derrota".
Era como cuando se habla del cáncer, hermano.
Vos ves que por ahí te dicen "la papa", o "tiene otra
cosa", "algo malo", pero el cangrejo, mi viejo, no te lo nombra
nadie. Y ahí fue cuando sale a relucir lo del viejo Casale.
El viejo Casale era el viejo del Cabezón Casale,
un pibe que siempre venía al boliche y que durante años vino a la cancha con
nosotros, pero que ya para ese entonces se había ido a vivir al norte, a Salta,
creo, lo vi hace poco por acá, que estaba de paso. Y ahí fue que nos acordamos
de que un día, en la casa del Cabezón, el viejo había dicho que él nunca, pero
nunca, lo había visto perder a Central contra Ñul. Me acuerdo que nos había
impresionado porque ese tipo era un privilegiado del destino. Aunque al
principio vos te preguntás, "¿Cómo carajo hizo este tipo para no verlo
perder nunca a Central contra Ñul? ¿Qué mierda hizo? Este coso no va nunca a la
cancha". Porque, oíme, alguna vez lo tuviste que ver perder, a menos que
no vayás a los clásicos. Y ojo que yo conozco muchos así, que se borran bien
borrados de los clásicos. O que van en Arroyito, pero que a la cancha del
Parque no van en la puta vida. Y me acuerdo que le preguntamos eso al viejo y
el viejo nos dijo que no, y nos explicó. El iba siempre, un fana de Central que
ni te cuento, pero se había dado, qué sé yo, una serie de casualidades que
hicieron que en un montón de partidos con Ñul él no pudiera ir por un montón de
causas que ni me acuerdo. Que estaba de viaje por Misiones —el viejo era
comisionista—; que ese día se había torcido un tobillo y no podía caminar, que
estaba engripado, que le dolía un huevo, qué sé yo, en fin, la verdad, hermano
que el viejo la posta posta era que nunca le había tocado ver un partido en que
la lepra nos hubiera roto el orto. Era un privilegiado el viejo y además, un
talismán, querido, porque así como hay tipos mufa que te hacen perder partidos
adonde vayan, hay otros que si vos los llevás es número puesto que tu equipo
gana. No es joda. Y el viejo Casale era uno de estos, de los ojetudos.
Roberto Fontanarrosa
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