Hay que reconocerlo. Porque jugaban que daba
gusto, el buen toque y te abrochaban bien abrochado. Estaba Zanabria, el Marito
Zanabria; el Mono Obberti, ¡Dios querido, el Mono Obberti, qué jugador! Silva
el que era de Lanús, el albañil. ¡Montes! Montes de cinco; Santamaría, el
Cucurucho Santamaría, qué sé yo, era un equipazo, un equipazo hay que
reconocer, y la lepra se corría una fija. ¿Sabés cuántos había en la ruta a
Buenos Aires, el día del partido? Yo no sé, eran miles, millones, yo no sé de
dónde habían salido tantos leprosos. Si son cuatro locos y de golpe, para ese
partido, aparecieron como hormigas los desgraciados. Todos fueron. ¡Lo que era
esa ruta, papito querido! Entonces, oíme, había que recurrir a cualquier cosa.
Hay partidos que no podés perder, tenés que ganar o ganar. No hay tutía.
Entonces si a mí me decían que tenía que matar a mi vieja, que había que hacer
cagar al presidente Kennedy, me daba lo mismo, hermano. Hay partidos que no se
pueden perder. ¿Y qué? ¿Te vas a dejar basurear por estos soretes para que te
refrieguen después la bandera por la jeta toda la vida? No, mi viejo. Entonces,
ahí, hay que recurrir a cualquier cosa. Es como cuando tenés un pariente
enfermo ¿viste? tu vieja, por ejemplo, que por ahí sos capaz hasta de ir a la
iglesia ¿viste? Y te digo, yo esa vez no fui a la iglesia, no fui a la iglesia
porque te juro que no se me ocurrió, mirá vos, que si no... te aseguro que me
confesaba y todo si servía para algo. Pero con los muchachos enganchamos con la
cuestión de las brujerías, de la ruda macho, de enterrar un sapo detrás del
arco de Fenoy, de tirar sal en la puerta de los jugadores de Ñubel y de todas
esas cosas de que siempre se habla. Por supuesto que todas las brujas del
barrio ya estaban laburando en la cosa y había muñecos con camiseta de Ñubel
clavados con alfileres, maldiciones pedidas por teléfono y hasta mi vieja que
no manya mucho del asunto tenía un pañuelo atado desde hacía como diez días, de
esos de "Pilato, Pilato, si no gana Central en River no te desato".
Después la vieja decía que habíamos ganado por ella, pobre vieja, si hubiera
sabido lo del viejo Casale, pero yo le decía que sí para no desilusionarla a la
vieja.
Pero todo el fato de la ruda macho y el sapo de
atrás del arco eran, qué sé yo, cosas muy generales, ya había tipos que lo
estaban haciendo y además, el partido era en el Monumental y no te vas a meter
en la pista olímpica a enterrar un sapo porque vas en cana con treinta cadenas
y no te saca ni Dios después, hermano. Entonces, me acuerdo que empezamos con
la cosa de las cábalas personales. Porque me acuerdo que estábamos en el
boliche de Pedro y veníamos hablando de eso. Entonces, por ejemplo, resolvimos
que a Buenos Aires íbamos a ir en el auto del Dani porque era el auto con el
que habíamos ido una vez a La Plata en un partido contra Estudiantes y que habíamos
ganado dos a cero. Yo iba a llevar, por supuesto, el gorrito que venía llevando
a la cancha todos los últimos partidos y no me había fallado nunca el gorrito.
A ese lo iba a llevar, era un gorrito milagroso ese. El Coqui iba a ir con el
reloj cambiando de lugar, o sea en la muñeca derecha y no en la izquierda,
porque en un partido contra no sé quién se lo había cambiado en el medio tiempo
porque íbamos perdiendo y con eso empatamos. O sea, todo el mundo repasó todas
las cábalas posibles como para ir bien de bien y no dejar ningún detalle
suelto. Te digo más, estuvimos como media hora discutiendo cómo mierda
estábamos parados en la tribuna en el partido contra Atlanta para pararnos de
la misma manera en el partido contra la lepra; el boludo de Michi decía que él
había estado detrás del Valija y el Miguelito porfiaba que el que había estado
detrás del Valija era él. Mirá vos, hasta eso estudiamos antes del partido,
para que veas cómo venía la mano en esos días. ¿Y sabés qué te lleva a eso,
hermano, sabés qué te lleva a eso? El cagazo, hermano, el cagazo, el cagazo te
lleva a hacer cualquier cosa, como lo que hicimos con el viejo Casale.
Roberto Fontanarrosa
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