Fue cuando decidimos lo del secuestro. Nos
fuimos al boliche y esa noche lo charlamos muy seriamente. El Dani decía que
no, que era una barbaridad, que el viejo se nos iba a morir en el viaje, o en
la cancha, y que después se iba a armar un quilombo que íbamos a terminar todos
en cana y que, además, eso sería casi un asesinato. Pero al Dani mucha bola no
le dimos porque ha sido siempre un exagerado y más que un exagerado, medio
cagón el Dani. Pero nosotros estábamos bien decididos y más que nada por una
cosa que dijo el Valija: el viejo estaba diez puntos. Había tenido un infarto,
es cierto. Pero hay miles de tipos que han tenido un infarto y vos los ves
caminando tranquilamente por la yeca y sin hacer tanto quilombo como este viejo
pelotudo, con eso de meterse adentro de un ropero, o no ir a la cancha, o dejar
que te rigoree la familia como la esposa y la otra, la hermana del Cabezón. Por
otra parte, y vos lo sabés, los médicos son unos turros, pero unos turros que
se ve que lo querían hacer durar al viejo mil años para sacarle guita, hacerle
experimentos y chuparle la sangre. Y además, como decía el Miguelito y eso era
cierto, vos lo veías al viejo y estaba fenómeno. Con casi sesenta años no te
digo que parecía un pendejo, pero andaba lo más bien. Caminaba, hablaba, se
sentaba, qué sé yo, se movía. ¡Chupaba! Porque a nosotros nos convidó con
Cinzano y el viejo se mandó su medidita, no te digo un vasazo, pero su medidita
se mandó. La cosa es que el Miguelito elaboró una teoría que te digo, aún hoy,
no me parece descabellada. ¡El viejo era un turro, hermano! Un turrazo que especulaba
con el fato del bobo para pasarla bien y no laburarla nunca más en la vida de
Dios. Con el sover del bobo no ponía el lomo, lo atendían a cuerpo de rey y —la
tenía a la vieja y a la hermana del Cabezón pendientes de él— viviendo como un
bacán, el viejo. Y... ¿de qué se privaba? De algún faso; que no sé si no
fasearía escondido; y de no ir a la cancha. Fijate vos, eso era todo. Y vivía
como Carolina de Mónaco el otario. Bueno, con ese argumento y lo que dijo el
Colorado se resolvió todo.
El Colorado nos habló de los grandes ideales, de
nuestra misión frente a la sociedad, de nuestro deber frente a las generaciones
posteriores, los pendejos. Nos dijo que si ese partido se perdía, miles y miles
de pendejos iban a sufrir las consecuencias. Que, para nosotros, y eso era
verdad, iba a ser muy duro, pero que nosotros ya estábamos jugados, que
habíamos tenido lo nuestro y que, de últimas, teníamos experiencias en malos
ratos y fulerías. Pero los pibes, los pendejitos de Central, esos, iban a tener
de por vida una marca en sus vidas que los iba a marcar para siempre, como un
fierro caliente. Que las cargadas que iban a recibir esos pibes, esas
criaturas, en la escuela, los iban a destrozar, les iban a pudrir el bocho para
siempre, iban a ser una o dos generaciones de tipos hechos bolsa, disminuidos
ante los leprosos, temerosos de salir a la calle o mostrarse en público. Y eso
es verdad, hermano, porque yo me acuerdo lo que eran las cargadas en la escuela
primaria, sobre todo.
Roberto Fontanarrosa
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