La tristeza de Cristiano ya es un género en sí misma y sólo lleva un par de días en bata y metido en la cama como Tony Soprano sólo para levantarse a ganar títulos. Dentro de poco esa tristeza tendrá la categoría de los celos de Otelo y hará un ensayo Harold Bloom; la tristeza de Cristiano será el primer género sin obra incluido en el canon a última hora para pasmo de Messi, que acabará con 10 balones de oro sin que nadie le haya avisado que la gloria es literaria o no es, y él tiene la enjundia de un personaje de Michael Crichton que sale a media novela, cuando a Crichton se le nota ya más pendiente de la caracterización de los dinosaurios.
Esta tristeza de Cris ha paralizado España y de repente los bares, ayer llenos de forenses, se han ido cubriendo de psiquiatras en la fenomenología apasionada, viva y ridícula que es el debate español. Básicamente al que no le falta dinero le falta cariño o le sobra una amante, y hay cosas que ni el paro arregla. Si Cristiano no tiene derecho a estar triste es porque se ha constatado la existencia de pobres y así sucesivamente, por eso ha acabado en la zona mixta, que es un período de entreguerras.
Su reacción parece más un movimiento publicitario de Nike que un fervor que le salga de dentro, pero aún siendo sincero y escandaloso en las formas (un tío con gorra diciendo que está triste: pues sácatela, hombre, que pareces el que busca el móvil mientras habla por él) debería el Madrid proteger esa tristeza a ver si se llena el juego de una refinada melancolía y resulta que había que ganar la Décima moviendo el balón sin ganas de nada y quedándose solo en la marca y en la vida, como Virginia Woolf, que siempre escribía mejor antes de meterse en el río con los bolsillos llenos de piedras.
Manuel Jabois/ El Mundo
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