Se ve que tenía unas ganas de hablar pero nadie
quería darle mucha bola para no pisarse en una de esas. Así que nos hacíamos
todos los dormidos. Parecía que habían tirado un gas adentro de ese ómnibus,
hermano. Como cuando se muere algún ñato ¿viste? que se queda a apoliyar en el
auto con el motor prendido y lo hace cagar el monóxido de carbono, creo. Bueno,
así parecía que a nosotros nos había agarrado el monóxido de carbono. Pero,
cuando llegamos a Villa Diego, por ahí el viejo se levanta y le dice al Rulo
"En la esquina, jefe". Y yo no sé qué le dijo el Rulo, algo de que
ahí no se podía parar, que estaba cerrado el tráfico, que había que seguir un
poco más adelante y el viejo se la comió, pero se quedó paradito al lado de la
puerta. Al rato, por supuesto, de nuevo el viejo, "En la esquina".
Ahí ya el Rulo nos miró, porque se le habían acabado los versos. Y ahí,
hermano... ¡vos no sabés lo que fue eso! Fue como si nos hubiésemos puesto
todos de acuerdo y te juro que ni siquiera lo habíamos hablado. Empezaron los
muchachos a desplegar las banderas, a sacar las cornetas y las banderas por la
ventana, y a los gritos, hermano, "¡Soy canalla, soy canalla!" por
las ventanas.
Pero no para el lado del viejo, el pobre viejo,
que la cara que puso no te la puedo describir con palabras, sino para afuera,
porque los grones, con lo quilomberos que son, se habían ido aguantando hasta
ahí sin gritar ni armar quilombo para no deschavarse con el viejo, pero cuando
llegó el momento agarraron las banderas, empezaron a sacar los brazos y golpear
las chapas del costado del ómnibus y también el Rulo empezó a seguir el ritmo
con la bocina.
Roberto Fontanarrosa
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