No quiero yo que se me vaya el año sin dedicar un burladero a José Antonio Labordeta y a su serie de televisión “Un país en la mochila”. No conozco de nada a Labordeta, salvo alguna copla que le oiría hace años, allá por Alcañiz o La Puebla de Hijar, acaso con versos de su hermano Miguel, el poeta.
También José Antonio lo es. Un poeta de andar y ver, y robo aquí la expresión del maestro Ortega en sus viajes. Decía don José que “el alma del viajero se va cargando de interrogaciones”. Y eso era natural, porque un pueblo se compone, ante todo, de secretos. Labordeta los busca con sus botas de muchas leguas, la cachava de caminante, la gorrilla que tapa la calva honrada y la mochila. Busca los secretos este desconocido amigo con la socarronería en los ojos risueños y la bondad irónica en el alma inteligente, que al ser bien entendida empieza por él mismo (“me atildo la ilustre cabellera”).
Y encuentra en cada sitio el guardián memorioso de los secretos antiguos. Sea en las Sierras del Segura con Emilio de la Cruz Aguilar, hombre que sabe latín y por ello pudo acuñar las extraordinarias casetes de Mac Macarra en “Hermano Lobo”, sea el gallego ilustrado Tomás Vega, con atuendo de turista y bolsa marsupial a la cintura, que le habla y nos habla de médulas y fragas, de robles y castaños o de lejanas cosas del tiempo de los moros.
Víctor Márquez Reviriego
ABC/26.12.1995
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