Así va Labordeta por las tierras queridas de España, que no tienen otro secreto que el de su desconocida verdad, gracias a él más nuestra cada semana, y que sea por muchas, señor García Candau. Ahí está el dolor sereno de la ausencia emigrante, el regusto de las patatas y el sabor de la amistad junto a la pared antigua de las majadas y las parideras, que saben del perro y del lobo, nunca del todo ido, el curro de los pastos estivales, el alegre vaivén de gentes y animales, las cuentas aceituneras pero no altivas de Manolín el Músico, el olor fuerte de las almazaras, las alazanas y los alpechinales, aromático en los pinos navales entre el silencio de la sierra dolorido…
Por ahí va ese caminante que amilana su sed en el agua de los regatos limpios, pues alguno queda si se sabe buscar, que a veces se suelta una jeta de su tierra mientras procura cobijo para pasar la noche con los huesos recogidos o ver si le darían un poco de vino para la bota que le apague la nostalgia del altivo Cariñena, que por cierto ya no es tan fuerte como antes, al igual que ese jerez al que le quitan un grado para venderlo en Alemania, también nieva ahora menos que antes en los montes gallegos del Señor Leandro y ya tampoco hay por ellos sacauntos, los sacamantecas de toda la vida, aunque si procesionan los santiños de la buena fe, que son figurillas currutacas…
En fin, que está muy requetebién lo que nos regala Labordeta. Capaz él de meter en su mochila un tiempo en que las leyendas se convertían en verdades absolutas. Y ahora caigo en que a lo mejor no hay imagen para el dibujo. En estos casos, se pone al Rey, puesto que hablamos de España: Don Juan Carlos I.
Víctor Márquez Reviriego
ABC/26.12.1995
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