viernes, 13 de enero de 2012

0 El apocalíptico y el integrado (II)

El Maradona que se conformó con no haber manchado de la pelota –e incluso eso es discutible, después de admitir el envenenamiento de Branco en Italia ´90 y el dopaje contra Australia en la repesca del 94-, el que sin duda contó siempre con la devoción de los vestuarios y de los personajes más primarios que rodean el fútbol, suplicó una vez que le dejaran vivir su vida a su manera: “No quiero ser el modelo de nadie”.
Para descargarse aún más esa responsabilidad y liberar todas las honduras trágicas de su vocación autodestructiva, pareció forzar la identificación con personajes periféricos. Como cuando frecuentaba camorristas de la guapperia en Nápoles, con los que compartía cocaína servida en bandejas, o era capaz, en octubre de 2001, de presentarse en una fiesta de disfraces en un turbante y una careta de Bin Laden.
Esta insurgencia era la versión paródica de un propósito probablemente honorable: el de mantenerse fiel al linaje de Fiorito, al de los desheredados, al de los futbolistas/obreros antes que al de los dirigentes, a la camiseta antes que al traje, incluso a la “viveza” que no reconoce forma alguna de autoridad como recurso para burlar el destino, y también para ganar a los ingleses. Cuando se arrimó a alguna expresión de oficialidad, ésta fue también más o menos heterodoxa y redentora, como él mismo: Fidel, Chávez. O la aparición, de traje, junto al féretro de Néstor Kirchner, al que sólo se permitió acercarse a algunos elegidos por Cristina Fernández, y quien no en vano renovó la demagogia peronista de los cabecitas negras.
A este rebelde nato, desaforado, sólo se le podía ocurrir la etiqueta de Tío Tom para castigar la docilidad y el amor por el poder de Pelé. Un jugador que, no procediendo de un origen mejor que Maradona, dijo haber sido ahormado moralmente por uno de sus primeros entrenadores, Waldemar de Brito. Y en su vida como exfutbolista visitó a Papas, fue armado sir por la reina de Inglaterra, sirvió como ministro y como embajador de la Unesco, y siempre se prestó a ser una figura ornamental de cuanto hiciera falta a la FIFA. Pelé sí se propuso ser un modelo de niños, como un personaje de Disney, y no aportó al malditismo, después de divorciarse, sino algunos caprichos de amor, como el que le unió a Xuxa.
David Gistau
El Mundo/09.08.2011

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