Torrente en Sevilla
A falta de un balance contable sobre el coste presupuestario de la corrupción política, el estudio y la estimación hipotética del fenómeno aboca a un catálogo interminable de patologías morales y psíquicas, un cuadro panorámico entre los síntomas de la familia Soprano y el sentido de la realidad de la dinastía de Kim Jong Il. El trinque en España, en sus múltiples y poco sofisticadas modalidades, abre expectativas inéditas para los etólogos, expedientes particularmente incisivos respecto a la codicia, los bajos instintos y la jeta pura y dura, entre otras especialidades de la abyección. Desde los tiempos del caso Flick y el despacho oficial de Juan Guerra hasta hoy, las aportaciones hispánicas a la enciclopedia del tocomocho componen un retablo churrigueresco donde toda osadía es posible. La última, la de gastarse en drogas y juergas el dinero del paro, pero el de los demás. El expediente del ex director general de Empleo de la Junta, don Francisco Javier Guerrero, y de su chófer, el señor Juan Francisco Trujillo, ilustra con precisión quirúrgica los mecanismos seminales de la apropiación, malversación o ayuntamiento de fondos públicos. Según ha dicho el chófer y desvelado ABC, su señorito presumía por los bares de tener acceso indiscriminado e ilimitado a los fondos públicos de la Consejería de Economía de la Junta andaluza, de lo que se infirió la creación de dos sociedades a nombre del mecánico en las que colocar un millón de euros en subvenciones públicas y cuyo destino fue la adquisición de un terreno en la Sierra Morena, un piso en Sevilla, indeterminadas antigüedades, teléfonos móviles, copas y cocaína. Copas y cocaína pagadas con dinero que supuestamente cubría los expedientes de regulación de empleo en los que se indemnizaba a tipos que habían empezado a trabajar antes de nacer. Que los mismos detalles técnicos se puedan apreciar en muchas más administraciones prueba la extensión y popularidad de unas prácticas que han convertido la función pública en una aberración en la que Torrente, el estereotipo español de Santiago Segura, es como un relato de Bukowsky, sucio, pero realismo al cabo. [...]
Tomás Cuesta/ABC
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