Apenas le queda un adversario de cierto renombre por derribar, Floyd Patterson, entrenado por Cus D’Amato, una leyenda del boxeo. Tras una escaramuza con la ley —siempre problemas con la autoridad— Liston es condenado por la Comisión de Boxeo. Los mentores de Patterson se agarran a ese clavo ardiendo para esgrimir que un ejemplo para la sociedad como Floyd no puede compartir ring con condenado como Liston. Pero la estratagema del entorno de Patterson no da resultado. Cuando la calle comienza a rumiar que Floyd desea evitar a toda costa medirse a Sonny Liston, entra en juego un factor tan inesperado como sorprendente: La Casa Blanca. A petición del mismísimo presidente John Fitzgerald Kennedy, que entiende que Liston es un deshonor para la división de los pesos pesados, Patterson da el sí quiero al combate más esperado. Por un buen puñado de dólares, amén del consejo áulico del presidente de la nación, Floyd (el bueno) decide subirse al ring para enfrentarse a Sonny (el malo). No podía negarse. La paliza, que no combate, tiene lugar en Comiskey Park, Chicago, Illinois, el 25 de septiembre de 1962. Liston se convierte en campeón mundial al noquear a Patterson en un asalto. Herido en lo más profundo de su orgullo, Patterson vuelve a la carga en Las Vegas un año después para la revancha. Liston le castiga con otra humillación sin precedentes. El ‘chico bueno’ visita la habitación del sueño en el primer round. Patterson jamás debió hacer caso a la Casa Blanca. Después de comprobar hasta dónde llegaba el poder de los puños del bribón Liston, la prensa agacha la cabeza. Su estandarte del fair play, su Adonis del boxeo, Patterson, es un juguete roto en manos del despiadado púgil que cuenta con el visto bueno y la amistad de los pesos pesados de la Cosa Nostra. Portada de todas las revistas, protagonista de anuncios de refrescos, estrella de los clubes regentados por ilustres mafiosos y boxeador favorito de The Beatles —solía escuchar Night Train mientras entrenaba y apareció en la portada del disco Sargeant Pepper’s—, Liston se convierte en un asesino en serie del ring, en un campeón indestructible. En las garras de La Mafia, que se forra con las apuestas ilegales, Liston es un campeón si oposición. Las rotativas echan humo: “Patterson es historia. Folley también. Cleveland Williams no sirve. ¿Qué hacer?” Los puños de Liston hablan un lenguaje crudo, real, terrorífico. Y llega la pregunta: “¿Existe alguien en este mundo, lo suficientemente loco, como para pelear con Liston y arriesgarse a que le partan el alma?”
Rubén Uría
JotDown Spain/Enero
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