Yo tenía 23 años, yo vivía en una dictadura, yo participaba devotamente en todas las broncas rebeldes que podíamos montar en la universidad, yo perseguía inútilmente a chicas enérgicas y ariscas, yo leía en francés a los situacionistas y a Cioran, yo profesaba el culto de Agustín García Calvo, yo era borgiano de primera hora y estricta observancia, yo escribía panfletos, yo quería por encima de todo -ay, aunque supusiera la perdición de mi alma ingenua e irredenta-, yo quería más que nada en el mundo publicar un libro: como tributo a lo que me causaba desde la infancia más placer, como homenaje amoroso.
El libro aún no estaba escrito pero habría de ser sulfúrico en su fondo y exquisito en su forma, un combinado explosivo de doctrinas capaces de hacer saltar la realidad establecida en pedazos (junto a Cioran y García Calvo, dosis de Schopenhauer, de Clément Rosset, del pagano Celso y de Adorno). Sería inaudito, insoportable... pero no debía bajo ningún concepto quedar inédito. Ahí estaba el problema: en lograr editar tan magnífica ferocidad. La tarea de escribirlo me parecía sencillísima y casi accesoria. De modo que antes de nada me lancé a la búsqueda de un editor.
Fernando Savater
El País/10.04.2002
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