Otra noticia, menos importante en lo
empresarial pero casi definitiva en lo psicológico, es la retirada del ruso Fedor
Emilianenko. Dominador invicto durante diez años de los pesos pesados, los
Fertita llegaron a ofrecerle dos millones de dólares por combate más el
porcentaje del pay-per-view; el doble de lo que cobra Anderson Silva, el
considerado mejor luchador del mundo “libra por libra”. Sin embargo,
Emilianenko nunca entró en la UFC, lo que ha dado lugar a las inevitables
especulaciones en el mundillo, y se mantuvo como freelance que
peleaba aquí y allá casi toda su carrera. Su retirada el pasado mes de enero
supone que no queda ningún luchador de verdadero relieve público fuera de la
órbita de la UFC. Y, por tanto, los de nivel medio-alto como Le deben entrar en
ella, porque va a ser el último lugar con ingresos relevantes.
Entre Coté y Le fluye en la rueda de prensa el tipo de relación de
camaradería distante que domina en este deporte. En la idea de que pueden
hacerse mucho daño el uno al otro, no quieren darse motivo para ello. Se
respetan, hablan del rival con una consideración un punto chocante para alguien
con quien vas a cruzar todos los golpes imaginables al cabo de 48 horas. Luego,
Coté es rodeado por una docena de medios canadienses, que le dan tratamiento de
estrella aunque no esté muy por encima del puesto diez del peso medio. El
sábado, Le vencerá sin complicación alguna.
Luego sale la estrella de la jornada, Tito Ortiz. La comparecencia de
Anderson y Sonnen se adelantó por tener entidad propia, pero también para dejar
que “El Campeón del Pueblo” tuviera su gran adiós ante la prensa y los
aficionados, que ya llenan el resto de la sala y los alrededores de la piscina.
Ortiz accederá al Hall of Fame del deporte horas antes de su combate final,
tras una carrera de 15 años: debutó en el UFC 13 y se va a despedir en el 148.
En rigor, Ortiz lleva los últimos seis años largos viviendo de sus éxitos
pasados, su carisma como ídolo de los hispanos y su fama como pareja de
pornostar, con tormentas incluidas. Perdió siete de sus últimos ocho combates,
y si no ha decidido retirarse él, lo habrá hecho la UFC, con la que ha tenido
sus más y sus menos a lo largo de su carrera, por el sencillo método de no
ofrecerle más combates. Tal vez sea eso lo ocurrido, claro. Fue uno de los
hombres que cimentó el desarrollo de la empresa, pero también esta le dio de
lado en algún momento en que las cosas se torcieron.
Los luchadores firman contratos por
varios combates con la UFC. Esta rastrea talentos en su propio reality
show,en competiciones menores o en campeonatos de distintas artes
marciales. Ese contrato te fija una bolsa segura por combate para tres, cuatro
peleas; también es posible ganar bonus en cada velada por el mejor k.o, el
mejor combate etc. Puedes tener aparte tus contratos publicitarios. Si vas
sumando victorias, o bien si tienes alguna derrota pero aportando espectáculo y
creándote un buen perfil profesional, puedes renegociar al alza. Todo muy
americano, muy “tanto logras, tanto vales”, con una permanente selección
natural de los mejores.
A cambio, la UFC decide tus rivales y
las fechas en que combatirás, normalmente un par de veces al año. También es la
que gestiona los arbitrajes, te obliga a presencia en actos públicos etcétera.
Es decir, te protege y paga bien, pero tiene bastantes medios para ponerte las
cosas difíciles. Por otro lado, ese control es precisamente el que está
permitiendo a la UFC crecer tan rápidamente: sus luchadores son figuras
accesibles, siempre disponibles para todo tipo de actos y promociones. Y en
cuanto a los enfrentamientos, cocina los tiempos de manera que siempre crezca
la expectación. Mientras en el boxeo los combates dependen de acuerdos sobre
las bolsas, negociaciones para el reparto del pay-per-view etcétera, y por
ejemplo hay quien dice que jamás se verá un Pacquiao-Mayweather,
en el micromundo cerrado de la UFC las rivalidades siempre desembocan en un
combate de fondo que deja claras las cosas. De alguna manera, han conseguido
trasladar en parte el control de los tiempos y el efectismo propios del wrestling a
peleas reales, más duras que los del boxeo actual. El premio ha sido mejores
audiencias televisivas en Estados Unidos que el boxeo entre los menores de 35
años.
Ortiz, como dije, chocó en varias
ocasiones con decisiones de la empresa. Y esta, ahora, le puso para su combate
final un regalo envenenado como rival: Forrest Griffin. Por un
lado, puede interpretarse como una muestra de respeto que, tras tantas
derrotas, el último combate que te asignen sea de entidad. Por otro, vaya
problema tener que medirse con un tipo tan duro justo el día de marcharse.
Ambos se han enfrentado dos veces, con una victoria para cada uno. Pero lo peor
es que, al corresponderle Griffin, Ortiz ni siquiera podría contar con la
simpatía unánime del público para su despedida. Ex policía de Georgia, Griffin
vendió cuanto tenía para marcharse a Las Vegas en busca de su sueño de ser
luchador profesional. Hace siete años ganó el primer reality show de The
Ultimate Fighter, con una victoria en la pelea que está considerada como el
inicio de la edad moderna de este deporte por su impacto mediático. Fue campeón
del mundo y ha tenido una carrera regular, impulsada en parte por el hecho de
que es un tipo que cae bien. De habla pausada y gesto un tanto simiesco, ha
creado una línea de camisetas con un mono, un excelente ejemplo de su sentido
del humor autocrítico. Además, pelea en su hogar de adopción.
La rueda de prensa de ambos es el choque
de dos mundos. Griffin lleva pantalones cortos de deporte, una de sus camisetas,
y hace continuos comentarios sarcásticos, generalmente en contra de sus propias
habilidades y acerca de su pereza para entrenarse. En alguna ocasión incluso
consigue arrancar una sombra de sonrisa de Ortiz, que permanece en esa pose de
jefe indio impasible tan característica en el mundo de los deportes de
contacto. Vestido con un impecable terno claro, Ortiz desafía al mundo desde su
confianza de self made man surgido del arroyo. Salpica el
balance de su carrera con sentencias tipo “tenía tres opciones: la muerte, la
cárcel, o las artes marciales mixtas”, que arrancan el entusiasmo de los
asistentes, incluyendo unas niñas canadienses de diez años que preguntan
a los luchadores cuando se da oportunidad al público. Ahora dice que se
dedicará a sus gimnasios y, tal vez, a hacer algún pinito en el cine.
Julián Díez
Jot Down
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