Quizá no les falte algo de razón a los nacionalistas cuando se lamentan de ese creciente rechazo que Cataluña y los catalanes suscitan entre el resto de los españoles. Aunque los sembradores profesionales de vientos no debieran extrañarse en exceso de la cosecha que ahora recogen. No obstante, y por ácidos que resulten algunos juicios vertidos desde la otra orilla del Ebro, nadie trata con mayor desprecio a los ciudadanos de Cataluña que el presidente de la Generalitat. Absolutamente nadie. Porque nadie, salvo su máximo representante institucional, los interpela como si fuesen siete millones y medio de débiles mentales internados en una guardería infantil.
Prueba de la consideración que le merece el coeficiente intelectual del catalán medio, Artur Mas acaba de revelar que el Estado catalán rehusará armar un ejército propio. "¿Usted cree que Cataluña se va a plantear tener un ejército propio, ¡con todo lo que esto cuesta!, y pudiendo estar en la OTAN?", ha aclarado nuestro Garibaldi a Justo Molinero, otro de los grandes referentes morales del independentismo. Pues huelga decir que la Cataluña soberana procederá a integrarse como miembro de pleno derecho en la Alianza Atlántica, faltaría más. Eso sí, cuando se desate algún conflicto bélico, en lugar de tropas, tanques y misiles, la República catalana enviará a los contendientes enfrentados discos de Raimon y reproductores de MP3 con baladas de Lluís Llach. Y quién sabe si hasta alguna edición en rústica de los sermones del abad de Montserrat.
Ocurre, sin embargo, que, fuera de los mundos de Yupi donde Mas cree que moran sus votantes, disfrutar del paraguas protector de la OTAN no sale gratis. Por ejemplo, Dinamarca, otro país petit de ésos que tanto le gustan a CiU, viene obligada por sus socios militares a invertir anualmente unos cuatro mil millones de euros en sus fuerzas armadas. Y como Dinamarca, todos. Si el president cree que Cataluña va a contribuir a la seguridad del flanco sur de la Alianza contando chistes de Gila en TV3, que se lo haga mirar, como se dice en la tierra. Mas, que sin tener un pelo de tonto se pasa de listo. Y es que, si tanto ansía construir una nación, debiera empezar por no ser el primero en reírse de ella.
José García Domínguez / Libertad Digital
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