La crisis de “El País” es uno de los penúltimos desastres que van a arruinar España. El diario sale hoy sin apenas firmas, más allá de corresponsales y algún colaborador distraído. Es un gesto simbólico, pero también una demostración del desafecto hacia quienes dirigen la compañía, quizá un gesto irreversible. Diario El País es una de las empresas que más dinero ha ganado en España durante el último tercio de siglo, medido con el ratio que se quiera, sobre recursos propios, sobre facturación o cualquier otro de los conceptos habituales. Esos beneficios han ido a diversificar el negocio con decepcionante desacierto; también a beneficio de sus accionistas, legítimo y lógico; a retribuciones de sus empleados, que es tan lógico y legítimo como lo anterior. Y bastante poco a reinvertir en el negociar principal, nada a previsión para los malos tiempos, para cuanto hay que abordar procesos de cambio de modelo, como es el caso ahora.
Ningún medio de comunicación ha dispuesto de tantas oportunidades, recursos y talento como El País para liderar el sector, para dignificar el periodismo y para mostrar respeto a sus lectores, que son los que legitiman un diario-institución, que era la vocación fundacional del diario. Los méritos de Cebrián en El País, son indiscutibles, fue un excelente director que organizó y lideró un buen equipo del cual formé parte y de lo cual me honro. Luego vino la arrogancia, la ofuscación, la apropiación individual del trabajo de muchos, y finalmente la decadencia y el desastre.
Los editores de “El País” han fracasado como empresarios, el grupo está en la ruina y se sostiene por una mezcla de caridad, responsabilidad y miedo de sus acreedores. Las razones del fracaso son simples, tan indiscutibles como evidentes. Errores graves de gestión, decisiones aventureras, irresponsables, con nombres y apellidos, los del consejo de administración, y muy en concreto de quien lo maneja y encabeza: Juan Luis Cebrián Echarri.
Hay veces en las que el responsable del desastre puede ser la persona adecuada para dar con la solución; no es lo más frecuente. Para que ocurra hace falta reconocimiento de los errores, propósito de enmienda y renovación. En este caso no ha habido nada de eso, ni contrición no atrición, todo lo contrario. Por tanto el responsable del error forma parte del problema y no de la solución.
Cebrián ha embarcado a Prisa, y a El País, en una aventura con inversores expertos en exprimir gangas. En eso están; la estrategia empresarial desplegada ahora en Prisa conduce a vender el grupo en trozos para recuperar la inversión del ganguista y burlar a los acreedores. No hay proyecto editorial ni empresarial para durar, para satisfacer a los clientes, para reinventar el producto, la institución. No hay empresa. Los honorarios del ejecutor, que tanto indignan, están vinculados a esa estrategia de liquidación y a un plazo terminante. Quieren reducir costes para vender las partes al mejor precio. Los accionistas tradicionales ya están reducidos y arruinados; los acreedores forzados a ajustar la deuda disimulando, los trabajadores empujados a renunciar a sus derechos, y los clientes burlados, decepcionados y privados de algo que les falla.
El País, como todos los demás medios, tiene que reconvertirse, ajustar sus costes, reinventarse… pero no de la forma que pretende su presidente que es el primer y mayor responsable del desastre. Y lo mismo sirve para la cadena SER, sometida al mismo tratamiento grosero, equivocado, oportunista y liquidacionista que El País.
Los medios de comunicación tienen carácter, alma, propietarios múltiples más allá del derecho mercantil. Por razones morales y también por razones efectivas, las cabeceras con carácter forman parte de una singular propiedad colectiva de la comunidad a la que sirven, de tal manera que cuando traicionan a esos ciudadanos anónimos pero inteligentes, se derrumban. El País desnaturalizado no vale nada, los ganguistas han errado o van a timar a un improbable comprador, porque venderán lo que ya no es. Si creían que Cebrián era el dueño y el depositario de la marca se equivocan; es algo más complicado. Su inversión empieza a valer cero, porque EL PAIS no es sinónimo de Cebrián, nunca lo fue, aunque lo aparentaron.
Los amigos de Cebrián, si es que los tiene, deberían aconsejarle que lo deje, que descanse en casa, aquí o más lejos. El arreglo no es sencillo, han ido demasiado lejos, ahora hace falta otra generación que recupere el espíritu fundacional, que desempolve y “digitalice” el libro de estilo primigenio y evite a los españoles la pérdida de una cabecera que ha sido imagen de marca. La tarea de rectificar la deriva corresponde ahora a los acreedores, no solo para defender una inversión equivocada y probablemente perdida, sino porque hay más en juego, hay valor de marca.
Fernando Gzlez. Urbaneja / www.republica.com
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