320 golpes en 23 minutos. Casi 16 por
minuto. La primera vez en que Anderson Silva, el invicto luchador
brasileño, se enfrentó al estadounidense Chael Sonnen, se batió el
récord de golpes efectivos en un solo combate de la historia de la UFC. De todo
se lleva hoy estadísticas, ya se sabe. Sonnen, un underdog, un
jornalero del trompazo entrado en la treintena que a la manera de Rocky Balboa
se encontraba ante la única oportunidad de su vida, sometió a un castigo
inhumano al mejor luchador de todos los tiempos, el invicto cinturón negro en
jiu-jitsu, capoeira, judo, taekwondo y muay-thai. Pero este, cuando los jueces
ya rellenaban su ficha de puntos, reforzó su leyenda: con una llave neutralizó
a Sonnen y le obligó a rendirse.
Puede que sea el mejor combate de la historia. La UFC fue aplazando dos
años la revancha, cocinando a fuego lento la expectación.
A mí me invitaron a asistir a su reencuentro. En Las Vegas.
Aterrizo un martes, la pelea es el sábado. El aeropuerto está junto al
Strip, la avenida de kilómetros de largo en la que se agolpan los
hoteles-complejos de fantasía. Mientras el avión busca el slot para
desembarcarnos, por las ventanillas veo a una calle de distancia la pirámide
del Luxor, el resplandor dorado del Mandalay, la fantasía infantiloide del
Excalibur.
Al minibús que me lleva a mi hotel, el MGM Grand, se suben las dos chicas
alemanas con las que he compartido fila de asientos desde Charlotte, una pareja
de noruegos, unos neoyorquinos. En la parte de delante, uno de esos obesos
norteamericanos. Según arrancamos, se pone en pie y empieza a hablar con esa
característica entonación estadounidense de profesional de la comunicación, que
a mí siempre me hace pensar si es la realidad la que copia a la ficción —los
ciudadanos hablando como los actores y presentadores que suponen el 90% de su
contacto diario con seres humanos— o la ficción a la realidad. Después de cinco
minutos de charla, todo se reduce al equivalente local de una de esas visitas a
El Escorial con regalo de una olla en la que, sin compromiso, ustedes, señores
jubilados, pueden conocer los últimos productos de nuestra empresa, sean
cuberterías de plata, jamones, o colchones.
Si les parece un poco decepcionante como llegada a la capital mundial del
vicio, el juego y los deportes de lucha es porque, como yo, no han estado antes
en Las Vegas.
El UFC 148 se celebra el fin de semana
del 4 de julio. En consonancia con fecha, ubicación e importancia del combate
de fondo, todo a su alrededor está concebido como un evento de primer orden
mundial. Esa noche también se retira Tito Ortiz, el luchador
rebelde con más de una década de éxitos y pareja de la ex pornostarJenna
Jameson. Y la velada culminará cuatro días de actos, conciertos y una feria
para más de 35.000 personas, el doble de los afortunados con entrada para el
pabellón del hotel MGM Grand, donde se disputarán los combates.
Las artes marciales mixtas son el
deporte que más crece en audiencia televisiva en Estados Unidos, Japón, Rusia o
Brasil. Desconocidas en España, donde sólo el canal Energy emite un reality
show que organizan para conseguir nuevos luchadores, ya han llenado
pabellones de 50.000 espectadores también en Canadá o Suecia.
Sin embargo, hasta convertirse hoy en
una más que seria amenaza para el boxeo, la ruta ha sido tortuosa. Su origen es
la tradicional discusión infantil sobre “quién podría más”, Superman o
Spiderman, Chuck Norris oSylvester Stallone, trasladada
al mundo real. ¿Quién podría más, un campeón de kárate, uno de boxeo, uno de
lucha o uno de sumo? Las primeras veladas de lo que se llamó primero War of the
Worlds (la guerra de los mundos) y luego Ultimate Fighting Championship (UFC,
campeonato de lucha definitiva) no fueron tan amables: ocho expertos en
diferentes deportes se eliminaban sucesivamente hasta que sólo quedara un
ganador. La lona, situada en un octágono enrejado que se convertirá en el eje
de una poderosa iconografía propia, debe ser siempre fregada entre combates
para quitar la sangre.
El debut fue en Denver, en noviembre de
1993. Bajo el slogan “¡No hay reglas!” y la dirección creativa de John
Millius, el bizarro director del Conan de Schwarzenegger
y la muy chiflada Amanecer rojo, el evento consiguió casi 90.000
abonados en pay-per-view. Los buenos resultados económicos abrieron al puerta a
sucesivas citas.
¿Y quién ganaba, entonces? ¿Batman o La
Masa? La respuesta debió sorprender a casi todos los espectadores, menos al
citado Millius, que se entrenaba con el campeón: Royce Gracie,
brasileño miembro de una familia que había creado su propia rama del jiu-jitsu.
Entre un abanico de mortíferos repartidores de mamporros que le superaban en
decenas de kilos y unos cuantos centímetros, el arma más letal resultó ser la
habilidad de Gracie para someter a sus rivales con llaves asfixiantes,
combinada con la capacidad para mantener a distancia sus golpes. En Youtube —el
canal de la UFC es el que más visitas tiene entre los deportes en Estados
Unidos— pueden verse imágenes de las citas originales, incluyendo el disparate
protagonizado por un campeón de savaté (versión francesa del kickboxing) y uno
de sumo, que dura apenas unos segundos para terminar para siempre con la
presencia del deporte tradicional japonés en estas citas.
Julián Díez
Jot Down
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