Alarmado por las voces antifascistas que llegan del frente del nordeste avisando de incursiones militares en espacio aéreo catalán, deseoso de acrecer mi instrucción por lo que pueda suceder de un momento a otro, me he arrojado sobre las fuentes bibliográficas que registran las últimas operaciones bélicas acaecidas en el escenario del conflicto. En prevención de versiones parciales, he decidido empezar por la lectura de un informe extranjero, netamente antifascista y declaradamente catalanista desde el mismo título:Homenaje a Cataluña, firmado por un tal George Orwell. Se trata de un escritor inglés que, antes de alcanzar cierta fama como desertor de la utopía, ejerció de idealista enrolado en las milicias del POUM en 1936 al objeto de combatir el fascismo con el mismo ardor con que hoy se sigue combatiendo desde ese mediterráneo cantón de libertades. Su informe, sin embargo, constata en los lugareños una decepcionante ineptitud para la épica, como si los catalanes no cumplieran finalmente con lo que prometían ser y hacer, cosa inaudita.
—Los reclutas eran en su mayor parte muchachos de dieciséis o diecisiete años, procedentes de los barrios pobres de Barcelona, llenos de ardor revolucionario pero completamente ignorantes respecto a lo que significaba una guerra. Resultaba imposible conseguir que formaran en fila.
El joven y apasionado Orwell se desesperaba en los Cuarteles Lenin de Barcelona, donde no había dinero para un pertrecho decente y sólo les enseñaban a formar y a romper filas, mientras él quería aprender cuanto antes el manejo de la ametralladora y partir al frente de Aragón para cortar el paso al avance de Franco. Pero su beligerancia chocaba con la prudencia –o seny– de los mandos locales, más aficionados al vicio de segregar facciones impuras en el bando propio que a la gloria de arrostrar en el frente los balazos de los nacionales. Y si se luchaba, era tarde y mal:
—En el frente, mi propia exasperación alcanzó algunas veces el nivel de la furia. Los españoles son buenos para muchas cosas, pero no para hacer la guerra. Los extranjeros se sienten consternados por igual ante su ineficacia, sobre todo ante su enloquecedora impuntualidad. La única palabra española que ningún extranjero puede dejar de aprender es mañana. Nada en España, desde una comida hasta una batalla, tiene lugar a la hora señalada.
La cosa tampoco mejoraba mucho cuando por fin se llegaba a las manos:
—A medida que nos acercábamos a la línea de fuego, los muchachos que rodeaban la bandera roja en la vanguardia comenzaron a dar gritos de “¡Visca POUM!”, “¡Fascistas maricones!” y otros por el estilo; gritos que tenían como fin dar una impresión agresiva y amenazadora pero que, al salir de esas gargantas infantiles, sonaban tan patéticos como el llanto de los gatitos. Parecía increíble que los defensores de la República fueran esa turba de chicos zarrapastrosos.
Orwell, herido y desmoralizado, acabó regresando a Inglaterra cuando el POUM fue acusado de contrarrevolucionario por los gerifaltes rojos. Luego Franco entraría en Barcelona sin pegar un tiro y más adelante, en 2012, un caudillo local volvería a arremeter contra la idea fascista de la España una, grande y libre... pero tampoco tenía para pagar un macuto.
Jorge Bustos / La Gaceta
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