Por las torrenteras del idioma se despeñaba cada mañana el verbo caudaloso, la prosa exuberante y desbordada, la escritura restallante, tempestuosa, innovadora de Paco Umbral mientras el personaje que de sí mismo había construido se asomaba al espejo de un vértigo histórico que le devolvía la imagen áspera, snob y polémica de una impostura de malditismo. Amargo como Capote, ingenioso como Ruano, dandy como Tom Wolfe, volcánico y solitario como Baudelaire, pertinaz como Cela, atraía sobre su cabeza de león miope los relámpagos del lenguaje y los fundía en el crisol de un estilo tan imitado como ya irrepetible.
Hay un río de literatura y de ideas que atraviesa la cordillera del periodismo español desde la fuente primigenia de Larra, surca dos siglos entre los meandros de Clarín, Cavia, Camba, Pemán o Ruano y desemboca en la generación casi perdida de Campmany y Umbral, de la que ya sólo Alcántara sobrevive de pie sobre sus propias huellas como testigo de un magisterio inalcanzable. Ese río de excelencia se abre como un delta en una prensa contemporánea repleta de columnas cuyos débiles fustes empezamos a quedar huérfanos cuando se fue Jaime en otra madrugada acuchillada por un desamparo de soledades que ahora nos clava de nuevo el puñal traicionero del vacío y nos deja la oquedad insondable de las palabras heridas por la mortal y rosa caricia de la ausencia.
Antonio Burgos
ABC,02/06/2006
0 comentarios:
Publicar un comentario