sábado, 18 de febrero de 2012

0 Atrapados en el norte (IV)

Entonces entra Emilio (nombre ficticio), catalán de 35 años. La semana pasada regresó triunfante a Robin Hood tras encontrar trabajo "de lo suyo" (una profesión ligada a la construcción que pide no se mencione) en otra ciudad noruega. Reparte consejos y abrazos a los demás, pero se pone tenso ante la presencia de los periodistas. Su mirada, que ora rehúye ora desafía la del interlocutor, transmite muchas cosas. Zozobra y también resentimiento. Llegó a Bergen en mayo con 3.000 euros encima. "Fue como una inversión". Tenía sus esperanzas puestas en el mercado del pescado, bien pagado y uno de los puntos más turísticos de la puerta de los fiordos (como se conoce a Bergen). "Yo me imaginaba un mercado grande, con camiones saliendo, y cuando llego y me encuentro con cuatro puestos...". A Emilio, que tiene en España una hipoteca de 900 euros que le oprime, se le cayó "el alma a los pies". "Se pasa fatal. ¿Sabes lo que es buscar en la basura?", dispara cortante. Emilio no está dispuesto a que se frivolice con su historia.
La prosperidad noruega y también los programas de Españoles en el mundo(muchos los nombran cuando se les pregunta el porqué de la elección del país; sus tres últimas entregas dedicadas al país han tenido entre 3,5 millones y 2,8 millones de espectadores) han ejercido de canto de sirena para un número creciente de españoles (en la Embajada española, el número de españoles inscritos ha pasado de 358 en 2010 a 513 en 2011, aunque muchos no se registran). Pero una vez en el país se han topado con una infranqueable barrera formada por tres elementos: el frío polar, el idioma y unos precios desorbitados (alquilar una habitación cuesta 600 euros; un brick de leche, dos euros).
Aunque Noruega ha rechazado formar parte de la Unión Europea, sí firmó el Acuerdo de Schengen, lo que da libertad de entrada a los ciudadanos de la UE. Sin embargo, el país carece de infraestructura pública de apoyo a quienes recalan por allí sin nada. "El Gobierno no les ofrece alojamiento, dinero o ayudas. Eso queda en manos de Caritas, Cruz Roja o el Ejército de Salvación", explica Bernt Gulbrandsen, de Caritas Oslo. "Hemos percibido un aumento del flujo de inmigrantes sin preparación. Carecen de redes sociales y familiares aquí, la mejor forma de encontrar trabajo, y se les acaba el dinero pronto". Gulbrandsen no está alarmado: "Si la cifra sigue creciendo, no llegará a ser un problema, pero sí un desafío para las ONG, y el Estado tendrá que aumentarnos la subvención. El Ejército de Salvación hace una semana nos dijo que estaba desbordado".
Carmen Pérez
El País, 12/02/2012

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