martes, 28 de febrero de 2012

0 Sobre las mujeres gordas por Julio Camba

            -¿Ha visto usted?- me dice un amigo-. La mujer madrileña se transforma. Ya no hay en Madrid más que chicas delgadas. Es el fox-trot, el agua corriente, la vida al aire libre…

            -No siga usted-le contesto-.No es el fox-trot, ni el agua corriente, ni la vida al aire libre. Es una idea y nada más que una idea: la idea de la emancipación femenina. En cuanto a esta idea tan sencilla entra en la cabeza de una muchacha, ríase usted de la tiroidina y demás productos contra la obesidad. Esta idea disuelve las grasas que es un primor, y la muchacha que se la asimila comienza, acto continuo, a perder carnes y a conquistar derechos.

            Mi amigo se muestra un poco escéptico.

            -No veo-exclama- que haya incompatibilidad ninguna entre los derechos de la mujer y la opulencia de sus carnes. Es más. Creo que las carnes constituyen, precisamente, uno de sus derechos.

            -No. Las carnes de la mujer, de constituir un derecho para alguien, lo constituyen únicamente para el hombre. En el fondo, no creo que usted aspire a que las mujeres se regocijen en su propia grasa, sino que pretende más bien regocijarse con la grasa de ellas. Es lo mismo que me ocurre a mí con las gallinas. Me gustan gordas, y si protesto en el restaurante cuando me sirven alguna flaca, no lo hago nunca en nombre de la gallina, sino siempre y francamente en el mío.

            -¡Hombre! Eso es tanto como suponer en mí una debilidad por las mujeres gordas.

            -Yo no sé si a los españoles nos gustan las mujeres gordas como tipo físico o si nuestra clásica predilección por ellas obedece a que el tipo moral de mujer que hemos anhelado siempre no puede darse en las delgadas. Nosotros queremos mujeres caseras, mujeres a las que baste ponerles un par de calcetines rotos en las manos para que ya no se muevan del hogar hasta las mil y quinientas en que uno termine su partida de tute en el casino. El matrimonio, para la mujer española, ha sido siempre una paciente y silenciosa labor de zurcido, y si alguna vez fracasó, ello sólo pudo ocurrir en las clases elevadas de la sociedad, donde no hay calcetines que componer. ¿Cómo no iba a engordar la mujer española desde las condiciones de su vida? En provincia todavía quedan muchas mujeres gordas, de pie inverosímil. “¿Por qué son tan gordas estas mujeres y por qué tienen el pie tan inverosímil?”, se pregunta el extranjero. Pues probablemente, también por una idea: la idea árabe de que la mujer es un animal doméstico. Esta idea, mantenida a lo largo de numerosas generaciones, ha hecho de la mujer española un ser que, estando admirablemente organizado para sentarse, apenas si se puede tener en pie. Sí, amigo mío. La gordura de nuestras mujeres tiene un origen oriental, pero no un origen fisiológico, de cruce de razas, sino un origen ideológico. Y a una ideología contraria tiene que responder un tipo femenino más esbelto y más ágil.

            -¿De modo que usted cree que la esbeltez femenina, por sí sola, es ya como si dijéramos una especie de emancipación?

            -Sí. Eso creo.


            -Pues a mí no es que me gusten las mujeres muy emancipadas que digamos; pero, la verdad, los principios feministas no les sienta nada mal a nuestras pequeñas madrileñas. Por ahí va una. ¿Me permite usted que la siga? Aunque a usted le parezca otra cosa, yo no soy enteramente insensible a los atractivos de la ideología occidental…
Julio Camba
Sobre casi todo

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