viernes, 22 de marzo de 2013

0 Detroit: así se hundió el Titanic del capitalismo estadounidense (VI)


La desolación del Michigan Theater, una tragedia shakesperiana en sí misma.
La decrepitud del Michigan Theater, una tragedia shakesperiana en sí misma.
Pese a todo, casi de manera paradójica, el renombre internacional de lo que aquí llamaríamos “la marca Detroit” no decayó en los años 80. Aunque ya se estaban cerrando infraestructuras y la tasa de desempleo estaba oficialmente situada en un 12% —bastante por encima de la media nacional—, la proyección mundial de la NBA le confirió un último motivo de orgullo a la ciudad. Los Detroit Pistons, gracias a una generación de jugadores conocida como los Bad Boys, se hicieron célebres justo en el momento en que el baloncesto profesional estadounidense fue transformado en un producto de consumo mundial, como McDonald’s o la Coca Cola. Lospistones —no podían llamarse de otro modo jugando en representación de la capital mundial del automóvil— eran rudos, sucios y desde luego carismáticos. Casi sin pretenderlo reflejaron perfectamente la personalidad propia de la ciudad: dureza callejera y eficacia industrial a partes iguales. Eran el Reverso Tenebroso del showtime hollywoodiense de los Lakers, del cerebral esteticismo renacentista de las huestes de la europeizante y universitaria Boston, o de las hazañas atléticas de Chicago. Los Pistons eran puro Detroit, unos forajidos de las canchas liderados por Isiah Thomas que le plantaban cara a base de chulería Michigander al sonriente prestidigitador “Magic” Johnson, a aquel severo compositor de sonatas para aro y orquesta llamadoLarry Bird, o al superhéroe de dibujo animado que conocimos como Michael Jordan. Eran tiempos de gloria para la Motor City. Serían los últimos. Porque el deporte muy a menudo engaña… para entonces la ciudad ya había entrado definitivamente en barrena. Que nos lo digan a nosotros, los españoles, flamantes campeones del mundo de fútbol. Sin trabajo, pero campeones.
Los colegios abandonados son la perfecta metáfora de una Detroit de negro futuro. (Marchand/Romain)
Los colegios abandonados son la perfecta metáfora del tenebroso futuro de Detroit. (Marchand/Meffre)
Los años 90 y el cambio de siglo trajeron consigo el desmoronamiento total. Las últimas grandes fábricas que aún quedaban también partieron en busca de empleados que trabajasen lo mismo o más por mucho menos dinero y la industria de Detroit, ya agonizante, firmó su certificado de defunción. Ya no solamente los negros del centro de Detroit se veían castigados por el desempleo, sino también los blancos del área metropolitana (caso de Flint, localidad natal de Michael Moore, cuyo colapso económico ha sido nutridamente documentado por el cineasta). La crisis mundial del 2008 ha terminado de acelerar la huida en masa de habitantes y la ciudad se ha desangrado. Las consecuencias de la diáspora han sido tremebundas para Detroit: a menudo han sido los más pobres quienes se han quedado, así que la renta per capita se ha desplomado todavía más, y lógicamente la capacidad recaudatoria del ayuntamiento se ha extinguido. La magnitud del desastre no puede ser exagerada: el consistorio se ha encontrado con gravísimos problemas de falta de presupuesto y ha tomado medidas extremas, llegando a retirar de barrios enteros el alumbrado eléctrico, el suministro de aguas y la recogida de basuras, así como la cobertura policial y de emergencias, todo porque sencillamente ya no hay dinero para mantenerlas. El propio ayuntamiento animaba a los ciudadanos a mudarse a aquellos barrios donde todavía se podían conservar los servicios básicos —aunque depauperados— en lo que constituye un alucinógeno ejemplo de ciudad del primer mundo que da por perdidos varios de sus miembros y ha decidido amputarlos para que no se extienda la gangrena. Regiones enteras de la metrópolis quedaron vacías. Las propias autoridades han decidido demoler edificios que habían quedado vacíos para no tener que hacerse cargo de su mantenimiento. Otros muchos han sido incendiados. Un vistazo a Google Earth resulta revelador: la cantidad de solares vacíos en pleno centro de la ciudad puede dejar boquiabierto a cualquiera.
E.J. Rodríguez / Jot Down

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