España tiene una madre en tratamiento oncológico y con tres hijas que se levantan todos los días a las cinco de la madrugada para traer 600 euros a casa; pero también a una clase política que come de gorra, hace de vientre en orinal de oro y nos arroja los detritos por la ventana.
A la primera no la conoce nadie, ya ven, y a los segundos los conocemos todos.
España tiene un científico que publica en el 'Science' ganando menos que el chófer de Bárcenas; pero también a una clase dirigente que ha devenido en jubilosa plaga de termitas: unos se comen el dinero de los parados en Unió y armonía y otros se llevan 22 millones para agasajar a los suyos a mesa puesta; unos se ponen ciegos de cocaína con la pasta de los ERE y otros muerden del dinero de Urbanismo; unos untan a familiares a través de fundaciones y otros colocan al yerno a cuerpo de rey.
Cuando usted acuchillaba el cerdito del hijo para llegar a fin de mes, ellos corrían a Suiza con el pata negra entero.
Los recordarán porque han sido/son terriblemente pesados. Porque uno enciende el televisor o abre el periódico y allí están ellos contritos con sus pensiones vitalicias y sus Audis oficiales de alta gama.
Son los mismos que nos dicen que tenemos que "apretarnos al cinturón". Los que "apelan" a la "madurez de la sociedad española". Los que llaman al "esfuerzo conjunto". Los que exigen "austeridad". Los que hablan del "control del gasto". Los que concluyen que tenemos que "ser más competitivos". Los que nos informan en exclusiva mundial de que "se acabaron las vacas gordas". Al menos las nuestras.
No hay fuego a lo bonzo en este país, que cabalga desbocado hacia la berlusconización, pero todo este discurso ya es ceniza.
Lo resumía un paisano que protestaba a la entrada de uno de los centros de urgencias rurales 'cospedalizados' durante esta semana. Como un replicante de 'Blade Runner' que explicara el final de todo mientras agoniza: "No somos extrema izquierda; somos extrema necesidad".
Bécquer nos lo anticipó a su manera, en unos versos encriptados que hoy reescribimos para esclarecer lo que está pasando : "Volverán las oscuras 'elecciones' / en tu balcón sus 'siglas' a colgar, / y, otra vez, con el ala a sus cristales / [los partidos] jugando llamarán".
Tiempo al tiempo. Sacarán sus eslóganes y se los compraremos. Menearán la banderita del partido y les aplaudiremos la gracia. Tocarán la campana de las urnas como en un comedor escolar y acudiremos borreguilmente al redil. Cada cuatro años salen los títeres y allí estaremos sentados de nuevo, delante de la función, embobados, con el dedo en la nariz, la gorra de medio lado y una piruleta en la boca.
No es que a los políticos les parezcamos imbéciles, no. Es que, a estas alturas, ya deben haber constatado que lo somos.
Pedro Simón / El Mundo
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