Pero en la víspera ya impresionaron cuando, nada más llegar a A Coruña (el
partido se disputaba en Riazor), con bastante retraso (venían de Bulgaria, vía
Madrid, y tuvieron que aterrizar en Vigo por la lluvia en Lavacolla), lo
primero que hicieron fue pedir un campo en el que entrenarse y, sin subir a las
habitaciones ni nada, fueron, cada cual con su bolsita y repartidos en varios
taxis, al campo municipal de Santa Isabel. Gente extraña, pensaron los
nuestros. Entonces, el hábito aquí era un paseíto la víspera del partido. Nada
de entrenarse. La sorpresa vino al día siguiente cuando ese equipo que había
venido con 14 jugadores venció a la selección española, que utilizó 22, once en
cada tiempo. Se puso 0-2, un gol en cada tiempo, y solo muy cerca del final
consiguió España el 1-2. Aquello dejó a nuestro equipo descolocado. Metió a
Villalonga, el seleccionador, en dudas y con las mismas dudas llegó a
Inglaterra, donde patinamos en dos curvas (ante Argentina, en el primer
partido, y Alemania, en el tercero) y nos quedamos fuera en la fase de grupos.
Y cambiando el equipo de un día para otro.
Aquel Ajax nos había quitado la confianza, pero ¿quién iba a adivinar entonces
lo que se estaba incubando allí? Con los años, Pirri me explicaba que era la
primera vez que se veían ante el juego de presión, la carrera de los delanteros
para cegarte la salida, el movimiento de los medios hacia arriba para evitar
que los delanteros dejaran el vacío a su espalda... Y la trampa del fuera de
juego atrás. Entonces, nada de eso se conocía en España. Encima, el equipo
estaba rematado por un muchacho flaco, pálido, aún adolescente, pero muy listo
y habilidoso. “Nos marchamos del campo diciendo que se parecía a Pepillo porque
jugaba como él y era igual de flaco. Aunque, claro, luego dejaría a Pepillo muy
atrás”. Pepillo, aclaro, era un delantero extremadamente habilidoso, nacido en
Melilla y que, tras triunfar en el Sevilla, fichó por el Madrid, en el que fue
reserva de Di Stéfano; luego se marchó a River Plate para terminar en el Málaga
y el Mallorca. Hacía ya la ruleta con la misma perfección con que se la hemos
visto hacer a Zidane.
La siguiente noticia del Ajax la tuvimos año y medio después, cuando se
enfrentó al Madrid en la Copa de Europa. El presidente, Van Praag, ex jugador
del club, era gran admirador del Madrid y cedió los colores en el partido de
ida, cortesía a la que correspondió el Madrid en el Bernabéu jugando la vuelta
de azul. Nada que ver con lo del Feyenoord de poco antes. Fue un 1-1 en
Ámsterdam, otro 1-1 en el Bernabéu y una prórroga en la que Veloso marcó un gol
heroico. El Madrid pasó las de Caín. Fue la primera vez que vi a Cruyff,
todavía con aire de adolescente. Quizá el mejor partido que le haya visto jugar
nunca a Zoco, pero, aun con eso, Cruyff sembró el terror. Marcó el gol de los
suyos y en la prórroga metió un tiro en el palo que pudo decidir la
eliminatoria. El gigantesco Junquera le quitó más de un balón de los pies. El Madrid
pasó de milagro.
Lo demás es conocido: de la
mano de Cruyff, el fútbol holandés se agigantó, el Ajax ganó tres Copas de
Europa consecutivas y, cuando para la temporada 1973-1974 se abrió en España de
nuevo la entrada de extranjeros, el Barça pagó un millón de dólares por él,
récord mundial absoluto. Valdano me comentó un día hablando de este fichaje:
“Yo me enteré de que existía la ciudad de Barcelona cuando Cruyff fichó por el
Barça”. ¡Caray con el que se parecía a Pepillo! Pero, en aquel lejano y lluvioso
verano gallego de 1966, ¿quién nos iba a decir que aquella gente estaba
reinventando el fútbol?
Alfredo Relaño
El Pais.com
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