Poco se recuerda a día de hoy de Sasa Curcic, uno de los
jugadores más prometedores de la Yugoslavia de los años noventa. Su carrera fue
breve. Debutó como internacional con los Plavi en 1991, contra Brasil, cuando
solo tenía 19 años. Pronto dejó el Partizan de Belgrado para dar el salto a la
Premier League y recalar en el Bolton, donde triunfó, pero no pudo evitar el
descenso. El Aston Villa le rescató para la máxima categoría pagando cuatro
millones de libras y el fichaje, al final, resultó un rotundo fiasco. Firmó
después por el Crystal Palace, club en el cual tampoco brilló, y en sus últimos
días en activo tuvo un discreto paso por los MetroStars de Nueva York, un
equipo escocés, el Motherwell, y el Obilić de Belgrado, hasta que decidió
retirarse del fútbol prematuramente a los 29 años.
El anuncio de que abandonaba este deporte —antes de partir a Nueva York—,
en cambio, sí fue sonado. Compareció ante los medios por todo lo alto. Dijo que
dejaba el fútbol sin haber cumplido la treintena para, literalmente, dedicarse
“a follar”. Y que si alguien quería que volviese a ponerse las botas, que no le
ofreciera diez millones de libras, sino 15 mujeres procedentes de todos los
rincones del mundo para que pudiera “hacerlas felices” y “satisfacerlas como
nunca antes las han satisfecho”. “No puedo alcanzar un orgasmo mirando a un
compañero de equipo”, siguió, “pero la cosa cambia completamente con Cindy
Crawford”. Aunque la procesión iba por dentro: “Ahora mismo, si pienso en
el fútbol, solo me trae malos recuerdos”, concluyó.
Por este tipo de declaraciones y toda suerte de excentricidades es
recordado entre los ingleses como “El George Best serbio”.
Demasiado premio, este apelativo, para un futbolista que perdió la forma física
cuando estaba en la edad de apogeo y que solo rindió dignamente en Inglaterra
durante un año. Consciente de su declive, cuando estaba el Crystal Palace, él
le echó la culpa de su fracaso a la UEFA. Acusó a este organismo de hundir su
carrera cuando prohibió que Yugoslavia disputase la Eurocopa de Suecia en 1992
días antes del comienzo del torneo. “Tenía 18 años cuando la UEFA destruyó mi
futuro futbolístico impidiendo que Yugoslavia jugase la Eurocopa del 92. Quién
sabe, después de ese torneo podría haber sido fichado por el Barcelona o el
Real Madrid. Ellos me negaron ese sueño”.
Podría ser. Es preciso recordar que la eliminación federativa de la
selección yugoslava de aquella Eurocopa como sanción por la guerra de Bosnia,
justa o injustamente, lo que fue es muy triste. A nadie se le escapa que los
Plavi tenían una generación de futbolistas como para haber sido el rival a
batir en el fútbol internacional de los años 90. Veámoslo.
En el Mundial Juvenil de Chile en 1987 Yugoslavia se llevó el campeonato
con unos Prosinecki, Boban, Suker, Mijatovic, Stimac —que tuvo
un apasionado romance con Miss Chile— y Jarni meteóricos en un
torneo donde destacaron Matthias Sammer, por la RDA, Andreas
Möller, por la RFA, o el búlgaro Emil Konstadinov. A Italia 90
llegaron eliminado a Francia en la fase clasificatoria. Y aunque el
seleccionador Ivica Osim no se atrevió a confiar todavía en
las nuevas estrellas, se cepilló a España en octavos y alcanzó los cuartos de
final donde se topó con Maradona y uno de los mayores
para-penaltis de la historia, el argentino Goicoechea. Los jóvenes,
mientras, jugaron la Eurocopa sub 21 ese mismo año también en Italia y llegaron
hasta la final donde cayeron contra la URSS de Kanchelskis, Mostovoi y Kolyvanov.
Álvaro Corazón Rural, Jelena Arsic y Sasa Ozmo
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