1. El carácter anómalo del español. Ganivet aprecia en la singular amalgama de sentimiento cristiano, filosofía senequista e idealismo árabe la peculiarísima fragua del temperamento español, resumido en un feroz individualismo, una altivez espiritualizada de la que el independentismo político es natural traducción. “Nuestra historia es una serie inacabable de invasiones y de expulsiones, una guerra permanente de independencia”. El porvenir de España exige mantener la fidelidad al propio carácter y combatir el papanatismo. España no es Grecia, dice el Gobierno del PP; pues bien, Ganivet sueña una “Grecia cristiana” en la Península, que influya sobre Europa y Latinoamérica sin fuerza política, como los griegos sobre los romanos.
2. La Reconquista como causa última de la vigencia de las taifas. España se hace a la vez que se deshace; es un sino histórico marcado en su propio origen guerrero: “Se desea acabar la Reconquista pero se teme lo que va a venir después; se trabaja por el triunfo del cristianismo, pero no se descuida otro punto importante: conservar la independencia de los diferentes pedazos de territorio y los privilegios forales. De ahí esa absurda política de particiones constantes de los Estados (…) A cada paso que se da hacia delante sigue un alto y una reflexión; todos se miran de reojo, y se comparan y miden a ver si uno ha crecido más que otro”. Las disputas actuales entre comunidades autónomas son el corolario lógico de la rivalidad ancestral.
3. La conquista de América como proyección exterior de la rivalidad interior. Castilla se queda sin tierra donde guerrear tras la toma de Granada y, en vez de aprovechar para desarrollarse institucionalmente en el territorio conquistado, se lanza con tropas de guerrilla a la epopeya de Indias para seguir enviando a sus rivales un mensaje de fuerza, de agresividad indeclinable. “El espíritu conquistador español se distingue del de los demás pueblos en que mientras todos conquistan cuando tienen exceso de fuerzas, España conquista sin fuerzas, precisamente para adquirirlas”.
4. Descreimiento en el Estado y culto al fuero. Que nadie se escandalice del incumplimiento por parte de la Generalitat de las sentencias del Tribunal Supremo, o del olímpico ninguneo de la Constitución. “En la Edad Media nuestras regiones querían reyes propios, no para estar mejor gobernadas, sino para destruir el poder real; las ciudades querían fueros que las eximieran de la autoridad de esos reyes ya achicados, y todas las clases sociales querían fueros y privilegios a montones; entonces estuvo nuestra patria a dos pasos de realizar su ideal jurídico: que todos los españoles llevasen en el bolsillo una carta foral con un solo artículo, redactado en estos términos breves, claros y contundentes: “Este español está autorizado para hacer lo que le dé la gana”.
5. Gravoso espíritu de cruzada. Ganivet, preconizando una idea sorprendentemente avanzada para su tiempo, obediente a su concepción misticista de la fe cristiana deplora el espíritu de cruzada español, particularmente bajo los Austrias mayores, siempre prestos a librar otra guerra de religión para regocijo del poder temporal de Roma en vez de leer a Santa Teresa. “La flaqueza del catolicismo no está, como se cree en el rigor de sus dogmas: está en el embotamiento que produjo a algunas naciones, principalmente a España, el empleo sistemático de la fuerza”. Ganivet se declara más cristiano que católico, porque identifica el catolicismo contrarreformista de nuestra época imperial con una belicosidad teocrática que desangraba al país y resultaba contraproducente para la difusión de la verdadera fe evangélica. Nada que no hayan terminado reconociendo los últimos papas, en especial Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Jorge Bustos / Ambos Mundos
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