Es mejor así, en cualquier caso, porque si a este brusco giro en la ruta hacia Mondoñedo parece exagerado calificarlo de copernicano, resulta justo decirle giro cunqueiriano. Que el escenario primordial de las andanzas de Merlín, el Sochantre, Tona Teacha, Fanto Fantini, Simbad y tantas otras gentes menores, es el mismo que atraviesa la línea bullanguera, por entre tribus fluviales, urracas y mirlos picoamarillentos de vuelo alegre y gritón, y sierras amigas del lobo y del señor zorro. Ahora, sierras hoscas y duras, porque el roble, el castaño y el nogal de los países del Norte son tipos muy cumplidores con la meteorología oficial y no quieren enterarse de que es primavera hasta después de las ferias de san José, casi como los del Corte Inglés, aunque ya suene la alondra desde principios de febrero y todo huela a tierra recién abierta.
Hay en estos parajes, sin embargo, bastante más que escenografía cunqueiriana. También desde la ventanilla del autobús contemplo sin dificultad la forma literaria de Cunqueiro. Quiero decir: contemplo ese estilo "solazado y sabroso, con cierto regodeo en los meandros", como él mismo solía decir de su prosa y de la de fray Antonio de Guevara; y es juicio éste que tanto vale para hablar de sus escribires irrepetibles como para encerrar en frase estos paisajes lucenses que serpentean hacia Mondoñedo sin pasar por Villalba, por donde toponimias que llenan la boca de gozo prosódico y la imaginación de fabulaciones (cuevas del rey Cintolo, el Padornelo, la Xesta, la Terrachá), desvíos melancólicos que hacen algo más que suspender la lógica itinerante de Obras Públicas, bosques de la rama dorada habitados por húmedos mitos a la manera de Bretaña, analogías que saltan a la vista y proceden de las grandes aventuras iniciáticas, y que el conductor de la línea me va subrayando con inconfundible estilo cunqueiriano.
No es fácil volver a Mondofíedo al año del entierro de Alvaro. Siempre tuvo a esta villa episcopal de "tellados de a,eiro e prata", silencio de siglos, vivir lento y medieval e intenso sabor a gregoriano y chocolatada de canónigos, como una de las capitales de la ficción literaria, de la misma envergadura narrativa que Macondo, Uqbar, Castroforte de Baralla o Comala. Pasear las callejas empedradas del atardecer, beber el agua de la Fuentevieja, oír el toque a ánimas en memoria del mariscal Pardo de Cela, entrar en la imprenta del flautista Jesús López, sucesor de Mancebo, a fisgar papeles viejos y escuchar la última hazaña publicitaria de o rey das tartas, era el mismo placer que el vagabundeo por las páginas de Cunqueiro. Porque entrar en Mondoñedo siempre fue para mí como un entrar de pleno el privilegio de la ficción, algo que sólo había experimentado en Nueva York, pero allí por nostalgia de cinéfilo.
Juan Cueto
El País,27/02/1982
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