Si Tono escribía o dibujaba era porque se le ocurrían cosas. Fueron primero las ocurrencias y no al revés. Una vez que escribió eso de «el tiempo, que no es ningún niño», le dije yo que era un verso como de César Vallejo para arriba. Me decía que no, que había empezado a escribir muy tarde, que él no era eso que se llama un escritor ni nada parecido. Yo le llevaba la contraría, pero daba igual. A Tono no le gustaba discutir. Ramón Gómez de la Sema le hizo justicia y dijo que fue Tono el que trajo las gallinas, el más personal ideador de todos los que abrieron la brecha del humor nuevo. Cuando yo le hablaba de aquel artículo del mago me decía: sí, lo leí. Nada más. Luego quedábamos para vernos, dentro de esta misma semana. Siempre dentro de la misma semana. Y como lo pasaba muy bien regalando cosas me traía un encendedor rarísimo o una maquinilla de afeitar. Quédatela, me decía, antes de que la convierta en ventilador.
Creo que Tono se me va a seguir muriendo siempre, hasta el final. Quiero decir que lo peor no es que se haya ido ayer, a las cuatro y pico, sino que lo voy a echar de menos para los restos. El está con Mihura y con Charlot, pero nosotros estamos sin Tono. Pienso en Azcona, en Mingote, que se ha quedado huérfano otra vez y pienso en los que diremos un día «yo fui amigo de Tono, sí, hombre, mucho». Me consuela algo pensar que no fue deficitario de sonrisas, ni de sobremesas, ni de otras cosas. Vivió siendo un caso excepcional de normalidad y nos enseñó que humor y amor vienen a ser la misma cosa. Tono ha sido una criatura afortunada. Por eso no hay que hacer elegías. A Tono le hemos querido mucho y vamos a seguir queriéndole. A él le gustaba la vida y a la vida le gustaba él. Lo que no le perdono es que no pueda quedar, en firme, para vernos. Dentro de esta misma semana.
Manuel Alcántara/Arriba,,5/1/1978
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