Me parece que fue en Peñíscola, donde él se escapaba últimamente. Alguien le dijo:
—Usted es de fuera, ¿verdad?
—Sí.
—Yo también – añadió aquel señor.
— Entonces somos paisanos — respondió Tono.
Es verdad que Tono era de fuera, del ignorado país de los hombres buenos, de un planeta apacible y burlón. Aquel señor que quería pegar la hebra con cualquiera notó que Tono era un ser de otro sitio que por alguna razón piadosa decidió pasar una larga temporada con nosotros y ayudarnos.
Teníamos un proyecto de fabada clandestina, con la circunstancia agravante de nocturnidad. Iba a venir con nosotros Mariano Tudela y no se lo pensábamos decir ni a Cloti ni a nadie. Es fácil comprender que con propósitos así no pueda hacer yo un artículo necrológico. Además, me pasan más cosas. Escribir es llorar, que decía el otro, pero yo lo estoy haciendo al mismo tiempo y os juro que es una lata. Cada cosa a su hora. Se ven las palabras emborronadas, como a través de un cristal esmerilado y hay que quitarse estas ridículas gafas que me he comprado para leer. Por otra parte a Tono no hay que hacerle una elegía. En todo caso a los que nos quedamos sin él.
Va a ser imposible, a mí por lo menos no me va a dar tiempo, encontrar un hombre así. Tono nos mejoraba con su existencia. Era algo absolutamente confortador verle fumar o desplegar una servilleta o reírse y achicar los ojos llenos de chispitas invulnerables a la edad. Era el tío Antonio que hemos soñado siempre, benigno y lúcido, sin nervios y sin hiel, entre cachivaches y sucesos, inventando cosas que eran absolutamente imprescindibles, pero no se sabía para qué. Tono lo pasaba muy bien estando. Le sacaba partido a todo y no deseaba nada especial, ni presumía, ni tenía prisa nunca. A Tono no le sacaban de quicio ni siquiera los políticos más esplendorosos, ni esos tipos engreídos que le saludaban mucho en los cócteles y que él saludaba también sin tener una idea clara de quiénes eran. Creo que Tono ha sido una forma de ser y resulta empequeñecedor hablar del humorista o del dibujante Tono era la máxima cantidad de persona que admite un ser humano, el hombre más real que nos haya sido dado a conocer en este barullo. Habría que definirlo por negaciones: todo lo contrario de un pelmazo, lo más distante de la pedantería, la criatura del mundo más alejada de un orador o de un sabelotodo o de un literato profesional.
Manuel Alcántara/Arriba,,5/1/1978
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