domingo, 7 de abril de 2013

0 El acosador


Escribe Antonio Chani– Pérez Henares en un «tuit», que conoció a Jorge Verstrynge en la década de los setenta de nazi. Chani viene de una izquierda radical suavizada por los años. Yo lo conocí más tarde. En la década de los ochenta, y no de nazi, sino de memo. Un personaje raro. Tenía toda la confianza de Fraga, del que se sabe que no conocía a las personas. Lo dijo Pío Cabanillas Gallas, uno de sus grandes amigos, gallego también. «Manolo ha leído y los guarda en la memoria todos los libros, pero ni una letra más». Se contaba una anécdota muy divertida, que Pío propagó en cenáculos y tertulias amigables. La diferencia entre la inteligencia y la listeza. Campaña electoral en Galicia, en los aledaños del verano. Viento sur. Calor tórrido. Fraga y Cabanillas, vestidos de mitin de Alianza Popular.
Trajes oscuros, corbata y demás complementos de respeto indumentario. Habían terminado un acto electoral y viajaban hacia el siguiente. El remanso fresco y acariciador de un río. Deciden, porque van bien de tiempo, bañarse y refrescarse. Lógicamente no llevan traje de baño. Lo hacen en pelotas. Y como suele suceder en Galicia, cuando se sienten felices y a gusto en el agua, se oyen unas gaitas que se acercan, se advierten las primeras figuras humanas, y se topan con una romería. – Hay que huir–. La distancia entre la orilla y los coches que les aguardan con sus escoltas es, apenas, de diez metros. Todo menos que los romeros, las gaitas y los pulpos vean a los dos políticos en porretas. –Manolo, a la de tres, a toda pastilla hacia los coches–. Fraga, pudoroso, se cubre con las manos sus partes delanteras e íntimas. Y Pío le amonesta. ¡No, Manolo, así! «Así» era tapándose la cara. Y de esa guisa corrieron hacia los coches, con los lápices al aire pero sin mostrar el rostro.
Nunca entendí lo que Fraga vio en Verstrynge para hacerlo secretario general de Alianza Popular. Fue el pobre adversario de Tierno Galván para la Alcaldía de Madrid, y el Viejo Profesor se lo comió de un solo bocado. Alicaído, abandonó AP, sin renunciar al escaño de diputado. Un escaño que legalmente era suyo, pero al que jamás habría accedido por su persona. Me convidó a comer en un restaurante «Mamounia» de la calle Recoletos, y le dije que, por decencia, tenía que renunciar a su escaño. Pretendía unirse al centro de Adolfo Suárez, ya CDS. Semanas más tarde, Mario y Lourdes Conde nos invitaron, a mi mujer y a mí, a cenar a su casa con los Mingote, los Stampa y los Martín-Alonso Martínez. Ahí estaban Verstrynge y su todavía mujer, la guapa María Vidaurreta. Nos explicaron que Mario Conde había accedido a financiar un partido político a Verstrynge, y aquella noche le quebramos el esquema. Había puesto, como poco, a disposición del extraño personaje, 25.000.000 de pesetas, y después de lo que oyó en la cena, se los retiró. Sin apoyo, pidió su ingreso en el PSOE. No lo adimitieron en un principio. Y como todo político de derechas –muy de derechas– resentido con los suyos, saltó a la izquierda radical. Asesor de Chávez y ahora dirigente de la violencia coactiva de los acosadores a las órdenes de Ada Colau. Ha terminado de subalterno de Ada Colau, lo que da a entender la apasionada y fulgurante carrera política en descenso que ha llevado a cabo. Verstrynge no es inteligente, pero sí profesor universitario, y conoce a la perfección los límites establecidos por la Ley. Lo tenía por una persona, al menos educada, pero lo tenía mal encuadrado. En siete años no ha protestado por desahucio alguno. Una prueba más del angosto y casi inexistente espacio que separa del puro fascismo al puro estalinismo. Lo lamento por él, que no se merece lo que se ha hecho.
Alfonso Ussía / La Razón

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