Me apresuro en escribir el nombre de Joe Frazier para evitar que, incluso en su misma necrológica, sea mencionado primero el de Mohamed Alí, del que es indisociable. La muerte de Smokin Joe habrá avivado los remordimientos que le acecharon y que sólo logró hacerse perdonar más de 30 años después de la formidable serie de combates por la que podríamos modificar la frase homérica: «Los dioses crean boxeadores para que los hombres tengan algo que cantar».
Cuando Alí fue elegido para encender el pebetero olímpico en Atlanta'96, Frazier dijo que ojalá cayera dentro de las llamas. Mientras Alí era honrado por una nación que se sentía culpable por haberle dado trato de traidor cuando se negó a combatir en Vietnam, Frazier dormía en un cuartucho de su gimnasio de Filadelfia, extraviado en el lado oscuro de la Luna. Habría que esperar todavía unos años para que la compasión por la enfermedad de Alí propiciara el acercamiento que superaría uno de los odios más furibundos de la historia del deporte, en la época dorada de los pesos pesados, con George Foreman, que ahora predica y vende barbacoas en la teletienda, completando la santa trinidad.
Frazier y Alí libraron tres combates, de los cuales el primero y el tercero son mitológicos. Después de destrozar a Jimmy Ellis, Frazier tuvo la elegancia de decir que no se sentiría un verdadero campeón hasta ganar a Mohamed Alí, que tenía la licencia retirada. Alí correspondería motejando a Frazier de gorila y tío Tom y atrayendo sobre él las mofas con esos parlamentos llenos de maldad y carisma que formaban parte de su show y con los que todos sus adversarios fueron vejados. Smokin' jamás remontaría la imagen que le inventó Alí, como a Sonny Liston, como a Foreman. Y Alí siempre se sentiría sucio por ello y acudiría al apretón de manos como a una redención.
El primer combate tuvo lugar en marzo de 1971, en el viejo Garden de Nueva York. The Fight, la pelea del siglo, y una expectación tal que Sinatra hizo de fotógrafo para Life y el capo Frank Costello hubo de renunciar a entrar con parte de su corte. Ganó Frazier en el decimoquinto con un gancho de izquierda. Nadie había visto a Alí caer así. El tercer combate les llevó a Manila en octubre de 1975. Alí diría que estuvo lo más cerca que se puede estar de «las puertas de la muerte» después de aquellos asaltos brutales en los que ambos púgiles estuvieron dispuestos a comerse el corazón. Frazier estaba cegado cuando su preparador Eddie Futch le invitó a la rendición: «Nadie olvidará lo que has hecho hoy aquí». La leyenda cuenta que, en ese momento, Tommy, el hermano de Joe, le estaba gritando que aguantara un poco más porque Alí había pedido que le cortaran los guantes. Uno encendió el pebetero olímpico. El otro dormía en un jergón. Gloria homérica a Frazier.
David Gistau/El Mundo
Y La llave de Petón en Punto Pelota
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