Su obra literaria es abundante y casi toda, exceptuando “La calle estrecha” y “Viaje en autobús”, a las que no podemos llamar obras maestras, porque todos los libros de Josep Pla lo son, por razones netas y muy variadas; casi todas las obras del ampurdanés, “patriarca de las letras catalanas” (y castellanas) se componen de deliciosos artículos y cuentos de periódico, y son observaciones de la vida en torno, de los hombres y las mujeres y sus raras costumbres, y de las calles, las tiendas, los libros, los automóviles, las bicicletas, los sastres, el cine, el teatro, el dinero, la libertad, las moscas y golondrinas, la lluvia y la bruma. Todos ellos, y la extraordinaria “Guía de Cataluña”, son libros lanzados a la eternidad. O líricos, o humoristas, o costumbristas, y escritos con insólitos regocijo, agilidad, originalidad y poesía. La gala de Pla es la adjetivación que, si va sola, es la precisa, y si acompañada, una hermosa teoría de matices sobre la misma clave.
He dicho “poesía”. Pla se consideraba, por naturaleza, impotente para escribir poesía, pero en todos sus libros florecen espontáneamente, puramente, como crestería, las cualidades poéticas que no supo escandir. Su prosa, sencilla y armoniosa, es de un corte a la vez noble y festivo, y limpia, como el agua viva y zarca, y está cargada de pensamientos lúcidos, profundos, sucesivos, y claros y transparentes.
Desde su adolescencia hasta las últimas semanas de su vida, escribió trabajosa y parsimoniosamente. Le gustaba el oficio, pero era para él un oficio duro, y no cesaba de ejercerlo. “En dos semanas apenas he podido escribir dos cuartillas inteligibles”, decía su época de mal estudiante. Su primer afán era que sus escritos fuesen inteligibles y sencillos. “Si uno se encuentra, con una pluma en la mano, delante de la realidad, la primera dificultad consiste en hacerse entender, y esto es muy difícil.” “El problema literario es de una enorme complejidad.” Nunca se contentó con sus escritos. Una vez, ABC le rindió homenaje, en Madrid, como “hombre del mes”, y yo, que tuve que hacer su elogio, me sentía disminuido cuando contemplaba su rostro entre impaciente y avergonzado. Porque no eran para él gozosas alabanzas. No las conllevaba de buen humor, ni las agradecía.
Josep Pla fue un escritor tan modesto, tan solitario, tan amigo de “las cosas” de su vida cotidiana –su vino, su cama, sus árboles, su sol, su mar-, “las cosas” del Ampurdán, que escribía por el gusto de escribir. Y por la paga. No cuidaba de la gloria. Hablando con él, un día lejano, comprobé que no le gustaba siquiera leer lo que había escrito. Su arte fue tan adorable como su vida, pobre, honesta, tímida, viajera y únicamente consagrada a la gran literatura y al gran periodismo.
Cataluña, España entera, perdió ayer al más agudo, al más poético, al mejor pensador, al mejor prosista de estos últimos tiempos. Le lloramos y añoramos los que le conocimos. Le admiran y le admirarán, con nosotros, los que ya hayan tenido la suerte o la tenga desde ahora, de poder leer sus libros.
Luis Calvo
ABC,24-4-1981
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