Una broma de pueblo
Hay un malentendido crucial ante los referéndums: se cree que sirven al pueblo. Cuando solo sirven al que gobierna. Tomado en serio, el referéndum es una llamada a que los ciudadanos se conviertan por un día en toreros o astronautas. El referéndum es, exactamente, aquel momento en que el pueblo hace de Reina por un día, aquel inenarrable programa televisivo de cuando entonces donde a un enfermo terminal le agasajaban,mientras iban diciéndole pero qué buena cara haces.
Excepto en aquellos casos en que son mero remate a puerta vacía (la consulta española sobre el euro), el referéndum siempre es la expresión del fracaso del gobernante. Cuando el que gobierna ha calculado mal llama al pueblo para que le ayude a corregir sus errores, incluso sus errores más profundos, como de naturaleza. Felipe González necesitó al pueblo para que lo convirtiera en un hombre nuevo, incrustado en la OTAN, en un ejemplo clásico sobre el torvo carácter instrumental de las llamadas consultas populares.
El referéndum pretende conseguir por la adhesión lo que el Gobierno no supo o no pudo conseguir por la razón. Es significativo que, a diferencia de las elecciones libres, el referéndum conviva plácidamente con las dictaduras. Franco fue un experto feliz en consultar al pueblo. Como tantos otros de su estilo, solo concebía el gobierno por adhesión, en un sentido casi etimológico. Todos los nacionalismos sueñan con un referéndum llorón y victorioso. No debe extrañar, porque el referéndum solo es la continuación de la guerra civil por otros medios. Nada divide a una comunidad como ese estúpido binario sí/no con que el nacionalista cree colmadas sus fantasías.
El referéndum supone, por lo demás, una desintegración de la complejidad estructural de la política. Es por completo pueril ese método que consiste en aislar una decisión de muchas otras decisiones y someterlas al cedazo totémico de la opinión popular.[...]
Arcadi Espada/El Mundo
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