jueves, 18 de octubre de 2012

0 Miedo y asco en el periodismo contemporáneo (I)



La cantinela de la muerte de la novela no me parece que contenga tanta verdad como la cantinela de la muerte del periodismo en estos tiempos decadentes donde lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer. Pero del estado terminal del periodismo no informa tanto la caída irreversible de las ventas del papel y el cierre anunciado de los quioscos, ni el auge tontorrón de las redes sociales, ni la victoria siniestra de los realities de cantores con jurado. La señal más elocuente de que todo esto de contar historias y cobrar por ello se va, amigos míos, a tomar profundamente por el culo es la parte del periodismo que por desgracia aún sobrevive y que, arropada en las cálidas placentas de la connivencia con el poder —cualquier poder—, expectora sus últimos clichés timoratos, expresados con mediocridad, pactados con venalidad y defendidos únicamente mientras el amo no mande lo contrario.
La independencia y el talento no son gratos al poder. Si algunos de sus benéficos frutos hemos conocido en este oficio se debe a que los pagaron los lectores; pero los lectores, como el Dios de Nietzsche, han muerto. Resucitarán dentro de algunos años, pero entre medias se habrá perdido una generación de vocaciones artesanas. Queridos muchachos que insensatamente persuadisteis a vuestros padres de que abonaran una matrícula en una facultad de periodismo: dejadlo si estáis a tiempo. Salid de ahí y pensad en vuestro futuro. Solo cuatro venturosos elegidos por cada promoción —las tres tías más monas y el hijo de un editor— lograrán trabajar de periodistas con beca de 300 euros, un año al menos, en todo caso tiempo quizá insuficiente para consumar un braguetazo o reconstituirse en consejero delegado, precisamente la pija estofa cancerígena de escuela de negocios que ha acabado con el periodismo. Los chicos y chicas brillantes que soñaron con emular a nombres inmortales se verán en la terrible disyuntiva de elegir entre la escribanía del poderoso —o gabinete de comunicación— y el reciclaje profesional como exportadores de aceite de oliva virgen a África, continente responsable del 30% de incremento de nuestro comercio exterior, para que no se diga que solo traigo malas noticias.
Yo creo, porque si no lo creyera me pegaría un tiro esta misma noche de cálido otoño con la Beretta semiautomática que guardo en casa con todos sus permisos en regla, que sobre la masa de vagos cerebrales que cualquier sociedad primermundista fomenta al objeto de su propia supervivencia se alzará siempre una élite resistente cuyas almas, una vez tocadas por la seducción espiritual de la buena lectura, ya no sabrán renunciar a ella. Pagarán por leer algo potente y hermoso como se paga por cualquier placer verdaderamente refinado. Así que el problema no es tanto de la demanda como de la oferta. Para describir la oferta contemporánea de periodismo, me vais a dejar que cite a uno de esos nombres inmortales que todo estudiante de periodismo debería leer —antes de enrolarse en el negocio del aceite— a los 21 años, edad que contaba Hunter Stockton Thompson cuando escribió esta carta al director del Vancouver Sun para pedirle trabajo:
“En mi tiempo libre he seguido algunos de redacción en Columbia, he aprendido muchísimo del mundo del periodismo y he adquirido un sano desprecio por la profesión. Por lo que a mí respecta, es una vergüenza que un terreno tan potencialmente dinámico y vital como el periodismo esté plagado de zoquetes, inútiles y cagatintas, dominado por la miopía, la apatía y la complacencia, y en términos generales estancado es un lodazal de mediocridad inmovilista. Si el Sun quiere apartarse de todo esto, creo que me gustará trabajar para usted”.

Jorge Bustos
Jot Down

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